Gustavo Duch: "El hambre es la consecuencia del expolio de los recursos naturales"


1. Una de cada ocho personas en el mundo sufren hambre crónica y el Sur siempre es el que sufre más, ¿tú lo entiendes? 
Entender el hambre explica muchas cosas. Explica que los países en que más hambre pasa su población son grandes exportadores de alimentos, países con muchas tierras agrarias controladas por pocas empresas que ganan suculentos capitales produciendo materia prima para los llamados países desarrollados. Mientras, la población campesina intenta sobrevivir en escasas y pedregosas tierras, o bien entrega sus brazos en las grandes fincas a tareas temporales que les pagan muy mal. Explica que cuando más industrializamos la agricultura y aumenta la producción de alimentos, ya disponemos de alimentación para la población que alcanzaremos en el año 2050, más medios de vida se destruyen y menos gente puede vivir como campesinas o campesinos. Explica, que el hambre no es un problema de falta de producción, ni tan siquiera de mala distribución, es la consecuencia del expolio de los recursos naturales que deben de estar, soberanamente, en manos del pequeño campesinado. Explica que sobre esta población, antes campesina ahora sintierra y con poquísimos recursos económicos, las especulaciones que los fondos financieros hacen con los alimentos en las bolsas de Chicago o Nueva York, representan la imposibilidad de comprar alimentos. Sobre todo explica que la agroindustria no está pensada para alimentar a las personas ni para qué ser campesino o campesina sea una forma de vida, y así tenemos que, digan lo que digan ellas y sus cómplices, es una práctica muy poco eficiente: consume el 80% de los recursos necesarios para producir alimentos (energía, agua y tierra) pero sólo producen el 30% del total de alimentos que llegan a las mesas; despilfarra el 40% de todo lo producido; y, peor aún, cada vez produce más materias vegetales que no comemos las personas, agrocombustibles y piensos. En definitiva, el hambre explica que tenemos una agricultura diseñada y caminando en un modelo capitalista, por lo tanto, erradicar el hambre pasa por enterrar, bien hondo, el capitalismo. 

2. ¿Qué podemos aprender del Sur ahora que el Sur también somos nosotros y que estamos inmersos en una lucha por un modelo alimentario saludable y sostenible? 
Cuando hace veinte años surgió el lema, sobre pañuelos verdes enfrentados al poder de la OMC, de la Soberanía Alimentaria, el Norte entonces prepotente no entendía el concepto de Soberanía. Hoy, cuando en nuestro países sufrimos el impacto de dejar la economía fuera de nuestro control, la política fuera de nuestro control, la clase política nacional sin poder, cuando no podemos decidir ni qué salud, educación o agricultura queremos ni qué alimentación deseamos, sabemos con claridad qué significa luchar por la Soberanía de los pueblos. Ese es el primer aprendizaje, necesitamos, un ‘estado de lucha permanente’ por parte de la población, junto con la construcción y empuje de las alternativas al modelo agrario dominante. Y ahí, todas las que sean pensadas fuera del territorio capitalista (recuperación del verdadero cooperativismo agrario, mercados locales y humanizados, okupación de tierras, etc.), serán válidas, puesto que no olvidemos que como cualquier otro imperio, el rey capitalista, tiene sus días contados. 

3. ¿Qué más podemos aprender del Sur en nuestra lucha por la recuperación de semillas, contra los transgénicos o contra las grandes multinacionales? 
Del Sur llegan también aires feminizadores o feministas, esenciales para rehacer cualquier vida vivible. La agricultura industrial tiene vocación de dominación de la tierra, la maltrata, la envenena, y todo para ver quien llena el camión más grande. Es una agricultura donde se busca el control de las semillas, de la tierra, del agua, todo a su alrededor huele a poder. Pero así no tenemos vida ahora ni futura. Todos los seres vivos del Planeta somos interdependientes, necesitamos de la tierra y sus microorganismos, necesitamos de animales que fertilizan el campo, de lluvias que los rieguen, de personas que los cultiven, y de manos que los cocinen… Solo cuidando estas relaciones aseguramos el derecho a la alimentación. Hacia ahí hemos de caminar, visibilizando y compartiendo el trabajo de los cuidados, que bien puede empezar cuidando la tierra. La agroecología, presente en el mensaje de la Soberanía Alimentaria, tiene esa misión, desarrollar una agricultura que cuida contra una agricultura que explota. 

4. Un 40% de las emisiones de gases de efecto invernadero son generadas por la agricultura y la ganadería industrial, pero parece que nos olvidamos un poco de esto frente a las emisiones de gases provenientes de la industria. ¿Por qué? 
Cuando pensamos en emisiones de gases visibilizamos chimeneas industriales humeantes, es lógico, pero el proceso de producción de alimentos también tiene muchas chimeneas en cada uno de sus eslabones. Humean los bosques quemados para ganar tierras para la agroindustria, contaminan los tubos de escape de la grandes cosechadoras o avionetas fumigadoras que recorren o sobrevuelan los monocultivos, igual ocurre con los aviones, barcos o ferrocarriles que transportan alimentos por miles y miles de kilómetros, escapan gases de cada uno de los frigoríficos o congeladores que conservan alimentos en supermercados y hogares, y hasta de ese 40% de alimentos despilfarrados y podridos emanan gases que calientan el planeta. 

5. La nueva filosofía de Mercadona es “Dignificar el trabajo del agricultor, pescador y ganadero de nuestro país”, ¿tienes contra argumentos? 
El mensaje es el adecuado, el problema es quién lo dice. Lo dice una empresa que desde su esencia capitalista sólo puede actuar pensando en sus propios beneficios, no puede pensar en otra cosa, no está en su ADN. Imposible. Pero además, si entramos en los sueños del Sr. Roig, su Presidente, veremos que sus ansias son convertir a Mercadona en el monopolio de la distribución alimentaria, a costa de los pequeños comercios de barrio y de las y los proveedores agricultores. Su táctica es la que aparece en los manuales del libre Mercado, la competitividad. Compiten para ganar, sin más. 

6. Si tuvieras delante, por ejemplo, un agricultor de cítricos de toda la vida del Sur de Tarragona quizás te diría que la agricultura ecológica es costosa, tiene poca vida y es difícil de vender, ¿cómo le convencerías de que otro modelo es posible? 
Los cambios son complicados y llenos de incertezas, nadie puede garantizar nada, así que sólo queda ofrecer información, espacios colectivos de debate, mostrar otras experiencias, analizar elementos que se alterarán en los próximos años, y de nuevo, apoyar la Soberanía de esa decisión, que se pueda tomar libremente. Moverse hacia la agroecología tiene que ser un camino personal, en nuestros interiores, y tiene que ver con hacer de nuestras vidas movimientos de transición y transformación, de un mundo a otro. 

7. Para terminar, con esperanza, cuéntanos alguna iniciativa ciudadana dirigida a concienciar a los consumidores y que esté tenido éxito. 
Un cuento, La guerra esperada (de Mucha Gente Pequeña): Las primeras que vi con las bombas, las llevaban cargadas en la mochila. Las sacaron con mucho cuidado y me las enseñaron. ─ Son pequeñas, caben en la palma de la mano ─ dijeron, y empezaron a arrojarlas una tras otra. Estábamos justo detrás de las vallas de un solar vacío y sin edificar, en un barrio humilde de la ciudad. Calculo que lanzaron como unas 20 ó 30 bombas mientras reían y se hacían fotos después de cada impacto acertado. Lo mismo estaba ocurriendo de forma sincronizada en otros barrios de la ciudad, y en muchas más ciudades de casi todas las naciones industrializadas. Los móviles les permitían estar en contacto entre cada grupo de esta guerrilla urbana. Las gentes que les descubrían, en lugar de salir huyendo a refugiarse, aplaudían, gritaban bravos y se abrazaban. Quizás por eso no se escuchaba el estruendo de la detonación. Además, en ese momento, más hombres y mujeres salían de sus casas con bombas parecidas en bolsas de plástico. Su misión, según las instrucciones consensuadas, era situarlas delicadamente sobre las jardineras y macetas que encontraran vacías. Había que depositarlas ahí, medio ocultas, sabiendo que era un buen lugar para su explosión, en el momento apropiado. Los niños y niñas de pueblos chicos o pueblos grandes como ciudades, tenían la misión más comprometida: lanzar las bombas bien lejos con sus tirachinas. Ocultos en escondrijos aptos para su edad, calculaban disparos para sabotear las tierras sin uso de los terratenientes de siempre. Disparaban y salían corriendo a toda pastilla en sus bicicletas. Sobre mi cabeza vi pasar varios globos aerostáticos que, me dijeron, dejarían caer esas granadas caseras por babor y estribor, en las zonas deforestadas y en los bosques quemados, que cada vez son más abundantes. Querían diseminar miles de bombas, dejar esas zonas “sembradas”. No supe de quien fue la idea, pero la guerra de las hortelanas y los hortelanos y sus bombas de semillas estaba en marcha. La receta de cómo fabricar esas bombas estaba grafiteada en los muros y la gente se la pasaba por debajo de las puertas o de boca en boca, no era tan difícil. Se luchaba sin agresividad y con inteligencia contra la violencia del sistema capitalista. En un mes, calcularon, los brotes verdes nacerían para hacer un mundo justo y perdurable. Nota. Cómo fabricar una bomba de semillas: tome unas 10 partes de tierra y una de arcilla; la mezcla bien y al mojarla con agua la moldea como si preparase masa de pan o pizza. Así extendida le añade semillas de huerta, diversas y autóctonas. Vuelva a amasar haciendo con la masa pequeñas bolas, como de ping pong. Se dejan secar al sol. Atención: hay que manejarlas con cuidado, pueden explotarle en su propia terraza, balcón o maceta. Fuente: canalsolidario