Vivir con Alegría
Vivir con Alegría.
Hay que pedirle a Dios el arte de sonreír.
Un día me senté simplemente delante de mi ordenador con la idea de escribir los pensamientos y sentimientos que brotaran de mi mente y de mi corazón.
Una vez que empecé, me sorprendí de lo fácil que era seguir escribiendo sobre mi mismo, sobre mis amigos y familia y sobre Dios. Mucho de lo que escribo forma parte de mi vida. No intento ser original sino auténtico. A veces no me gusta ser como soy, pero sí, ser el que soy. Me gustaría claro, tener esas virtudes de las que sin duda carezco y derrochar más amor hacía los demás.
Sin embargo no quisiera ser otra persona ni parecerme a nadie sin otro fin, que poder dar el máximo de mi mismo, porque estoy convencido que uno tiene que empezar a aceptarse y amarse así mismo, para poder aceptar, amar y ayudar a los demás.
Además, uno debe poseer un punto muy especial de agradecimiento, cuando recibes la alegría de alguien que te dice que una palabra tuya le fue útil. Y consideras que es un milagro, estar en cierto modo viviendo en los demás esa misteriosa forma de fecundidad que hace que la alegría, idea o ganas de vivir nazca en un alma diferente de la tuya.
Por todo ello, puedo comprender lo que hace unos días me decía mi amigo Gilberto, del que ya he hablado en estos escritos, que padece una horrible soledad motivada por la fuerte depresión que le supuso entre otras cosas la ruptura de su matrimonio.
Comentaba Gilberto que después de mucho meditar sobre su estado de pesimismo casi crónico, se había dado cuenta de que verdaderamente su asignatura pendiente más importante en su carrera de hombre, había sido la de no dar ante todo culto a la alegría. Que tal vez no se haya podido recuperar de su tristeza acordándose de cuando era niño, de los sufrimientos de entonces, de la miseria de los años cuarenta y cincuenta, de todo los que se nos vino encima, guerras, posguerras, hambre y falta de libertades, por culpa de radicalismos, ambiciones y rencores de mucha gente.
Yo le digo que lo primero que deberíamos entender todo hombre, es que los humanos, no nacemos felices ni infelices, sino que la vida nos enseña a ser una cosa u otra y que nuestro éxito será el saber elegir entre buscar la felicidad o aceptar la desgracia. Que en cualquier modo la felicidad nunca es completa en este mundo, pero que aún así, hay motivos más que suficientes de alegría a través de nuestra vida, sin dejarnos llevar por el sueño de conquistar la felicidad entera. Sinceramente no creo que haya recetas para conseguir la felicidad, pero una clave sería la de descubrir la nuestra propia, que por supuesto sería distinta de la de nuestros amigos.
No sé, pero me parece a mí que la clave de la alegría sería descubrir que no es que la vida sea aburrida y nos llene de problemas, si no que los que somos aburridos somos nosotros que hemos olvidado el tesoro que tenemos en la bodega de nuestra alma y somos incapaces, a veces, de dar solución a problemas que podrían tener solución a poco que lo intentáramos.
A mí me desconcierta la gente que parece vivir para la tristeza y se olvida de pedir a Dios el supremo arte de sonreír y de estar alegres
Siempre he sentido envidia de aquellas personas que permanecen alegres y que poseen una sonrisa sana y constante. Reconozco que existen sonrisas mentirosas, irónicas y despectivas. Pero yo no hablo de éstas, sino de las que nos ofrece con su pureza un niño de ocho meses, o la de los viejitos que nos la regalan con facilidad y llenas de sinceridad. Y por supuesto las que surgen de un alma iluminada que por amar mucho, sonríe fácilmente y siempre suele estar alegre, porque sabe que la sonrisa y la alegría, producen paz. Un amargado jamás sabrá sonreír y un orgulloso menos.
Uno, sin poder evitarlo tiene que recordar a Juan XIII, al llorado y querido Roncalli , que mantenía siempre una beatífica sonrisa en sus labios, para entender que con hombres alegres, serenos, sonrientes, abiertos, confiados y humanamente cristianos como él era, el mundo estaría salvado.
Tal vez por ello, a lo largo de mi vida he pensado muchas veces, algo que me comentaba en mis años de adolescente, aquel viejo Profesor escolapio José de Calasanz: “El mal provoca tristeza y el bien alegría. La tristeza es una gran sensación de vacío y de fracaso, mientras que la alegría produce al que la siente, el mayor gozo del mundo. No olvides nunca que un mundo en el que los viejos fueran tristes y los adultos serios y aburridos sería una tragedia. Pero una tierra de jóvenes hastiados y pasotas sería una catástrofe”.