Canon romano de la Santa Misa


Todas las liturgias de la misa contienen un momento central durante el cual se realiza el misterio de la Eucaristía. Se trata de la oración o conjunto de oraciones durante las cuales tiene lugar la consagración del pan y del vino, transformándolos en el cuerpo y sangre de Jesucristo. A este plegaria eucarística los orientales la llaman anáfora. Los ritos orientales poseen múltiples anáforas que cambian según los tiempos litúrgicos. En cambio el rito romano se ha caracterizado por tener una sola plegaria eucarística invariable durante todo el año y que suele llamarse Canon, es decir: regla. El Canon va precedido por el canto del Prefacio, el cual si es variable y cambia según las fiestas y los periodos del año. Al prefacio sucede el canto del Sanctus, himno majestuoso que proclama la santidad y la gloria de Dios uno y trino. Una vez apagadas las últimas melodías del Sanctus reina un silencio sagrado y el celebrante se presenta solo ante Dios.


El silencio durante el Canon

Uno de los ritos que más suelen sorprender a los que descubren el usus antiquior de la Santa Misa es el silencio con que se rodea la plegaria eucarística. Hasta aquí los asistentes a la Santa Misa habían tomado parte en las oraciones y ceremonias mezclando sus voces con las del celebrante. Ahora, tras los tres toques de campanilla que acompañan el Sanctus, el sacerdote se avanza solo y entra en el sancta sanctorum.


En el Templo de Jerusalén había un lugar especialmente sagrado, el santuario, que a su vez se hallaba compuesto de dos estancias. La primera llamada el "Santo" donde mañana y tarde entraba el sacerdote que estuviese de turno para renovar el fuego del altar y quemar en él aceite perfumado e incienso, mientras que el pueblo, convocado a son de trompeta, oraba en el atrio. La segunda estancia, más sagrada aún, era llamada el "santísimo" o el "santo de los santos". Separada de la anterior por un velo o cortina, una sola vez al año entraba en ella el sumo sacerdote solo para ofrecer la sangre de la víctima inmolada.


Ahora, en la Nueva Alianza, también se avanza el sacerdote y se presenta solo ante Dios para ofrecerle el sacrificio. El Canon de la Misa o plegaria eucarística es el santuario en el que solo el sacerdote puede penetrar. He aquí el significado simbólico de éste silencio. El sacerdote pronuncia en voz baja la oración consagratoria porque la santidad de este recinto sagrado, inaccesible para el pueblo, exige que en él reine un silencio absoluto. En el silencio debe el hombre hacercarse a Dios. Las liturgias orientales expresan ésta segregación de manera aún más dramática, mediante el uso del "iconostasio". Se trata de un tabique que se alza entre el altar y la nave, más o menos a la altura donde en nuestras iglesias se sitúa el comulgatorio. El iconostasio tiene una o tres puertas a través de las cuales los fieles pueden ver el altar. Pero llegado el momento de la consagración las puertas se cierran, arrebatando a la vista de los fieles el altar y el sacerdote. Las puertas no volverán a abrirse hasta que la plegaria eucarística no haya terminado, antes de la comunión. El silencio del canon cumple en la liturgia romana la misma función que el iconostasio en oriente: pone de manifiesto la sacralidad del momento y subraya la diferencia esencial entre sacerdocio común de los fieles y sacerdocio ministerial.


Los gestos y ceremonias durante el Canon de la Misa


El valor sacrificial de la Misa queda precisado y explicitado por una serie de ritos secundarios pero sin embargo indispensables: signos de cruz, inclinaciones, genuflexiones, etc... Todo ello pone de manifiesto que al pronunciar la plegaria eucarística el sacerdote no está realizando una simple lectura en la que rememora un hecho histórico del pasado, es decir la Última Cena. Pronunciando la plegaria eucarística el sacerdote está realizando no una lectura sino una acción, es decir: un sacrificio. Con sus palabras el celebrante actualiza y hace presente de manera eficaz el sacrificio de Cristo. Entre todos esos gestos sobresale la elevación de las especies consagradas. Precedida y seguida de la genuflexión del celebrante, acompañada del sonido de las campanillas y de la incensación si el rito es solemne, éste gesto de introducción relativamente tardía señala el momento culminante de la acción sagrada: Dios se hace realmente presente sobre el altar.