Jairo tenía 6 años acabados de cumplir cuando murió: pronto hará año y medio. Vivía con su familia en Gandía, en la Safor (Comunidad Valenciana). Era un niño como todos: único y maravilloso para su madre y su padre. Un niño que jugaba, reía y lloraba, iba a la escuela y se iba haciendo mayor. Le gustaban los animales y pasaba muchos ratos jugando en el suelo, con sus mascotas y con sus juguetes.
Un día, instalaron un transformador en los bajos de la casa. Los vecinos se opusieron, por el ruido y por el peso, que pensaban que podía derrumbar el techo del garaje. Era febrero de 2005, cuando Jairo tenía cuatro años. Ocho meses más tarde le diagnosticaron un tumor en el cerebro. El día que un conocido le dijo a Nice, madre de Jairo, respecto al transformador: "¡Pero qué dices, si eso produce cáncer!", ella se estremeció, porque su hijo se moría y hasta entonces no lo había relacionado con la instalación que tenían bajo su casa.
"Entonces no lo sabíamos -dice Nice-, pero a nosotros el transformador nos afectaba por el campo magnético que generaba. Y lo agravaba el hecho de que el cableado atraviesa toda la casa: porque está pegado a mi suelo, que es el techo del local de debajo. A mi casa han venido periodistas que se quedaban alucinados, porque si acercaban el micrófono al suelo ya no podían grabar nada, a causa de las interferencias".
Jairo murió el 9 de octubre de 2006 y desde entonces su madre no ha parado. Quiere que se sepa la verdad. Quiere que todas las madres del mundo sepan que pueden perder a sus hijos por culpa de los campos electromagnéticos. Porque las empresas eléctricas y de telefonía niegan el riesgo y esconden información, y los estamentos políticos y jurídicos lo permiten. Nice es una mujer valiente, que está dedicando su vida -la vida que le queda tras la muerte de su vida- a divulgar información sobre los campos electromagnéticos, esa información que ella no obtuvo a tiempo. Hace unos días, cuando se acercaba el día del cáncer infantil, nos decía: "Me indigna que se olviden de ellos, de todos los niños que se han ido sin haber vivido apenas. Mi hijo se fué con la ilusión de que se le cayera un diente, un simple diente, para que el ratoncito Pérez le dejara alguna cosita. Cosas tan sencillas que ya nunca vivirá, pero que me duelen tanto. Me crea tanta impotencia. Era, bueno, mejor son, todos especiales, porque estoy segura de que esa energía no se ha destruído". Nice es, sí, una mujer valiente, pero no quiere de ningún modo que se la llame "madre coraje". Estoy de acuerdo; la palabra madre ya contiene todos los calificativos necesarios. "Todo me recuerda a mi hijo -dice-. Las fresas, que ya hay... Me pidió fresas antes de morir y no las encontré. No se las pude comprar; busqué por todas partes, pero no las encontré. Cada vez que veo fresas..."
Los padres de Jairo han decidido llevar a los Ministerios de Sanidad, de Industria y de Justicia a juicio bajo la acusación de "desprotección omisiva de la vida y de la integridad física", por no haber protegido a su hijo y no haberles proporcionado a ellos la información que tal vez les habría permitido protegerle. El abogado que ha asumido el caso no ha dudado en calificarlo de “crimen de estado” argumentando que la Administración está incumpliendo su deber de promover la investigación de los efectos de las radiaciones electromagnéticas, aplicar el Principio de Precaución y atender a los numerosos estudios que advierten de sus potenciales efectos dañinos.
El juicio será previsiblemente en abril. Es esencial sentar jurisprudencia para que la Justicia admita el derecho ciudadano a que no se viole el hogar de nadie con campos electromagnéticos. Para ayudarlos a sufragar los gastos, que se preveen grandes, Nice nos pide un euro a cada uno de los que pensemos que tenemos que darle nuestro apoyo. Nada más que un euro, "por vuestros hijos. El mío ya no necesita nada".
Esta es la cuenta: 2077 2005 47 1100615601
"Yo ya nunca podré ver fresas sin pensar en Jairo. Ojalá los que contribuyeron a causar su muerte, por activa y por pasiva, tampoco puedan. Para Jairo es demasiado tarde (y para Carla, de Valladolid, y vete a saber para cuántos niños y niñas que no sabemos), pero todos tenemos la obligación de intentar por lo menos que no sea demasiado tarde para ningún niño más".
Nice no pide mucho: un euro nada más. Un puñado de fresas, de esas primeras fresas que ya se empiezan a ver, grandes y olorosas, que da gusto mirarlas, ya cuestan bastante más. Se lo debemos a los hijos de todos, a los que se han ido y a los que todavía están aquí. Protegerlos es nuestra obligación, por encima de todo, y aquí no significan nada los intereses económicos ni políticos de nadie. Nada debería valer más que la vida de un niño, y no tenemos excusa para mirar para otro lado. No podemos permitir que el tantas veces invocado "progreso" se financie a costa de un precio tan alto. En todo caso, hagáis o no una aportación, creáis o no que el dolor de esta madre podría haberse evitado con unas leyes más restrictivas y más encaminadas a preservar la salud, penséis lo que penséis, por lo menos, no os olvidéis de Jairo. Pensad en él, cada vez que veáis fresas. ¿Vale la pena, tanto progreso y tanta tecnología, si impiden a un niño, a un solo niño, volver a probar las fresas...?