(fuente imagen: Cosmomagazine; fuente: Eileen O´Connor)

Como ya comentábamos en febrero de este año, las radiaciones inalámbricas pueden tener algún efecto sobre el autismo. El nuevo estudio llevado a cabo por Tamara Marinea y George L. Carlo ha sido publicado por el Journal of the Australasian College of Nutritional & Environmental Medicine el pasado mes de agosto.

Desde los años 70, la incidencia del autismo entre la población se ha multiplicado 60 veces, siendo el mayor incremento durante la última década. Es una enfermedad aún enigmática que inhibe el desarrollo neurovegetativo y cuyos principales síntomas incluyen deficiencias en la relaciones sociales, deficiencias en las funciones renal y hepática, enfermedades gastrointestinales, enfermedades autoimunes, etc.

Se han analizado datos clínicos basándose en dos factores: en la eliminación de metales pesados en niños tratados de autismo (se sabe que el mercurio puede causar daños neuronales) y en el tiempo en el cual el tratamiento se encontraba en entornos libres de emisiones de campos electromagnéticos (CEM).

Los resultados han identificado tres principales reacciones moleculares durante las exposiciones a CEM. La primera, disfunciones moleculares, como el fallo en la protección de la barrera hematoencefálica. La segunda, interferencias en el proceso normal de reparación del ADN. Y la tercera, alteraciones en las transcripciones de cadenas de ADN, causando estructuras alteradas (por ejemplo, según Nature Genetics, anomalías en el gen SHANK3 provoca fallos en los mecanismos del cerebro responsables del desarrollo del lenguaje).

Las conclusiones sugieren que, junto con factores genéticos y ambientales, la exposición a dispositivos que emiten CEM pueden explicar la correlación actual entre el incremento de casos de autismo y el uso de tecnologías inalámbricas.