¿Cómo se verá la vida a través de los ojos de aquellos que fueron vencidos? Me intriga leer la historia de los que nunca pudieron escribirla, por ser esta función, una propiedad exclusiva de los vencedores.
¿Es romántica la lluvia en los asentamientos de los sin techos? ¿Y la nieve? ¿En los barrios pobres, es tan suave, tibia y hermosa como aquella de algodón en los arbolillos navideños?
Su madre se fue una noche olvidada entre los años y su temprana edad sin razón. No recordaba nada de ella, ni cuando extrañaba sus pechos henchidos de leche, ni cuando perdía el sueño entre llantos nocturnos y la sombra muda de su padre surcando el dormitorio de tablas y papeles de diarios torpemente acuñados en las grietas de la pared para frenar vanamente al duro invierno.
¿Quien escribe la historia de las vidas tristes?
En su breve existencia, los acontecimientos importantes o los recuerdos de ellos, sucedían siempre de noche. Como esa, en que su padre con un pequeño atado de trapos en una mano y tomándola con la otra, la subía a un rotoso camión, que humeaba un fuerte olor a aceite quemado mientras salía en medio de la oscuridad, atestado de otras penosas, oscuras y mudas sombras que cargaban desilusionados una ilusión que los sumía aun más.
Al atardecer, desembarcaban en un caluroso, sombrío y maltrecho campamento de chozas de madera y pajas, en medio de un erguido monte de algarrobos y quebrachos, cargados de animales que repetían sonidos extraños y nuevos para sus oídos de solo ocho años de edad. No le gustaba el lugar, pero se callaba, confiaba en su padre…
A nadie le gustan los pajaritos oscuros, aquellos que no muestran su canto ni sus brillosos plumajes…
Los hombres bajaban en silencio del vientre del monte con sus viejas herramientas al hombro. En un pequeño carro de madera traían a su padre inerte, con los ojos húmedos de lágrimas, el cuerpo bañado en transpiración y la pantorrilla hinchada y negra por la mordedura fatal de la serpiente que, ya muerta, colgaba del mismo carro. Cuando sus ojos se cruzaron, recién el padre pudo partir en su último estertor.
Esa noche, uno de los mandamases le ordenó que alce sus cosas y que se traslade a su choza, porque él se haría cargo de su manutención.
Historias de perdedores, de pajaritos pardos que nacen sin fuerzas, sin suerte, sin ilusiones…
Tenía nueve años esa noche, nueve años tirados y desprovistos sobre el hediento colchón sin fundas, temblando y sintiendo el aliento alcohólico y repugnante del hombre que en silencio iba subiendo decididamente su mano áspera y hambrienta, sobre la cara interna de sus muslos…
NOTA
Imagen extraída de http://www.info7.com.mx/a/noticia/447246