Tras el devastador tifón que ha arrasado parte de Filipinas, llevándose por delante casas, vidas, sueños y esperanzas de miles de personas, la que se supone iba a ser una más de las muchas reuniones internacionales sobre el cambio climático se ha convertido en un foro donde se han desatado todo tipo de emociones y donde los países en vías de desarrollo han unido sus voces para pedir compensaciones a los países que más contaminan por el daño y perjuicio que están experimentando. Este es el escenario con el que se abrió la 19 Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio climático en Varsovia, en la que se ha puesto de manifiesto, una vez más, el bajo interés de los países que más contaminan por llegar a un acuerdo que remplace al de Kioto de 1997. De hecho, de nuevo han fracasado las propuestas de reducir las emisiones de carbón a la atmósfera, lo que está llevando a muchas naciones a perder la paciencia después de décadas de diálogo infructuoso sobre el cambio climático. Los países más pobres, los que más sufren los efectos del cambio climático, cada día ejercen una presión mayor para que se aumenten los esfuerzos y que estos no se limiten solo a la reducción de las emisiones y a la adaptación al cambio. Están demandando que esos “esfuerzos” tenga en cuenta las pérdidas y daños que la mayoría de las naciones más pobres van a sufrir debido a la fragilidad de sus medios ambientes y estructuras y, sobre todo, por los pocos recursos que poseen para responder de forma adecuada a los perjuicios que el cambio climático les causa. La idea de buscar justicia por este tipo de catástrofes, que tienen una dimensión global y que afectan practicamente a todos los países del planeta, causando grandes pérdidas económicas, parece una misión imposible, sobre todo por su dimensión más política. Esto implicaría que las naciones más poderosas asumieran su culpabilidad, incluyendo a los Estado Unidos, Europa y China, entre otros. Además, estos tendrían que ser conscientes de su responsabilidad moral y cargar con los costes. Los países más poderosos juegan con la dificultad de los científicos para determinar y demostrar que el cambio climático es el culpable directo de fenómenos como el tifón Yolanda, que devastó Filipinas y que se ha convertido en la tormenta más fuerte registrada hasta ahora. Son muchos los que están presionando para crear un nuevo mecanismo que acepte, de forma efectiva, la idea de que las consecuencias del cambio climática son irreversibles y que los países que más sufren por él deben ser compensados. Justo el martes 19 de noviembre la sesión de la cumbre se centró en África con la intervención de Jakaya Mrisho Kikwete, Presidente de Tanzania y coordinador del comité de jefes de Estado y gobiernos africanos, y de Ato Haile-Mariam Dessalegne, Primer Ministro de Etiopía y Presidente de la Unión Africana, entre otros. Ese mismo día, también tuvo lugar un acto organizado por la secretaria ejecutiva de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, Cristiana Figueres, denominado Género y Cambio climático: Visión 50/50, con el objetivo de reflexionar sobre cómo avanzar hacia un futuro sostenible y facilitar una discusión sobre el papel vital de las mujeres en este campo. Y es que África y, en especial, las mujeres son las primeras víctimas del cambio climático. Cada día está más claro, a pesar de la reticencia de los países grandes, que el cambio climático está incidiendo muy directamente en el empobrecimiento de miles de hombres y mujeres en los países más pobres del planeta. Todos los esfuerzos que a nivel mundial se están realizando para reducir la pobreza se podrían ver menoscabados por este fenómeno. Esta es una de las conclusiones que se extraen del informe “La geografía de la pobreza, los desastres y el clima extremo en 2030” presentado por el Overseas and Development Institute (ODI) de Londres. Este es un estudio en el que por primera vez se cruzan las proyecciones de vulnerabilidad a la pobreza, el riesgo de desastres naturales y la capacidad de los distintos países de gestionar los mismos. Dice el estudio que hasta 325 millones de pobres extremos vivirán en los 49 países más propensos a sufrir desastres naturales en 2030. De los 11 países que presentan, según el documento, un gran número de pobres y una alta exposición a los desastres junto a una insuficiente capacidad de gestión a la hora de enfrentarlos, ocho son africanos: República Democrática del Congo, Etiopía, Kenia, Madagascar, Nigeria, Sudán del Sur, Sudán y Uganda. Los otros tres están en el sudeste asiático: Bangladesh, Nepal y Pakistán. Pero es que además, los países que aparecen a continuación en la lista y que cuentan con importantes proporciones de población pobre y un alto riesgo de experimentar fenómenos extremos como terremotos, inundaciones, sequías o tifones, son también casi todos africanos: Benín, República Centroafricana, Chad, Gambia, Guinea Bissau, Liberia, Malí o Zimbabue. En estos países los desastres naturales pueden convertirse en verdaderas catástrofes humanas cuando resultan en un enquistamiento de la pobreza existente o en una entrada en la pobreza por la desaparición de bienes y fuentes de ingreso de forma masiva, dice el informe. El riesgo de pobreza asociado a estas adversidades del clima está relacionado con la falta de acceso a redes de seguridad, tierras y trabajo, así como con el hecho de vivir en zonas rurales afectadas. Debería quedar claro que lo que llamamos fenómenos naturales, ya no son tan naturales, son consecuencia directa de la acción del ser humano. Pero los países que más contaminan no quieren reconocerlo para no tener que compensar a los que más sufren sus efectos. Prefieren invertir el dinero en ayuda después de que sucedan las catástrofes que en su prevención. Es más vistoso, da más publicidad y más fácil de sacar en los telediarios al mismo tiempo que les permite mantener su ritmo de crecimiento aunque este sea causa de la muerte de miles de hombres y mujeres en muchos países.
Chema Caballero