Las redes sociales se caracterizan por adaptar de forma no exclusiva la navegabilidad de la Red a los contenidos vinculados a la lista de contactos sociales declarados previamente. Su extensión a los dispositivos de comunicación móviles ha hecho del individuo conectado el centro de todo el sistema. Algunas de las consecuencias de este fenómeno son el consumo líquido o instantáneo de contenidos breves y desechables como forma habitual de aprendizaje y acción, la supersocialización o la atención a crecientes flujos de requerimientos sociales redundantes que requieren intervención del usuario y el aumento del potencial de movilización de comunidades instantáneas en tiempos de crisis. Por último, el concepto de privacidad necesita ser repensado.
La expresión «redes sociales» ha pasado en poco tiempo a formar parte del lenguaje cotidiano en todos los idiomas escritos del Planeta en su acepción de social networking sites, social software o social applications. Esto es así por la inmensa presión comercial ejercida por empresas y medios de comunicación en todo el mundo, una presión paralela al desarrollo de tecnologías de comunicación móviles centradas en el consumidor individual.
La razón de esta monumental inversión es muy sencilla: mediante esta tecnología «social» es posible aumentar el consumo de productos, contenidos y servicios (incluidos los propios de la comunicación). Ni más ni menos. La retórica del «2.0», que ensalza la participación decisiva de los otrora pasivos receptores, la horizontalidad de las comunicaciones y la emergencia de una llamada «inteligencia colectiva», contribuye a legitimar este nuevo avance del «capitalismo informacional» que diría Castells: la mercantilización de (al menos parte de) las relaciones sociales. Las consecuencias culturales son innegables.
Veamos cómo hemos llegado hasta aquí y qué nos depara el futuro próximo.
El estudio de las «redes sociales», esto es, de los patrones de interacción entre personas o entidades tiene más de medio siglo de existencia. Psicólogos, antropólogos, matemáticos, sociólogos, entre otros, recogieron sistemáticamente relaciones sociales e intentaron incorporarlas en sus modelos analíticos para tratar de comprender y explicar mejor diversos problemas de investigación, como por ejemplo la difusión de ideas o conductas, la movilización colectiva o el apoyo social, entre otros muchos. De todas estas contribuciones cabe destacar una que ha sido clave para entender el desarrollo de estas plataformas y tecnologías: los estudios de Milgram y sus colaboradores sobre «Un Mundo Pequeño».
En 1967, Stanley Milgram se preguntaba cómo era posible encontrar tan frecuentemente conocidos en común entre personas desconocidas. Para ello partió de los estudios realizados en el Massachusetts Institute of Technology (MIT) por Pool y Kochen, los cuales habían intentado estimar el tamaño medio de las redes personales, el cual evaluaron en unas 500 personas. Así y todo –se preguntaba Milgram–en un país de 200 millones de habitantes como Estados Unidos, ¿qué probabilidades reales había de que se produjese ese fenómeno? Con 680 dólares que le proporcionó la Universidad de Harvard inició un
Los recursos cognitivos disponibles para la socialización son limitados y se reparten entre las interacciones, de forma que a más tamaño de la Red le corresponde menos valor emocional disponible para cada contacto
experimento que ha pasado a ser universalmente famoso: hacer llegar un mensaje a un destinatario del cual solamente se conocen algunos datos a través exclusivamente de conocidos. Para ello eligió dos localidades alejadas en un primer estudio exploratorio, Kansas y Cambridge (USA). En un segundo estudio más ambicioso repitió el experimento en Boston y Nebraska. En este reclutó voluntarios con anuncios en prensa y les pidió que hiciesen llegar una carta a un desconocido corredor de bolsa de Boston a través de sus cadenas de contactos. Es interesante señalar que 217 de las 296 personas de partida enviaron el documento y que 64 consiguieron su objetivo (un sorprendente 29%). Las cadenas de contactos que lograron llegar al destinatario tenían una longitud media de 5,2 pasos. Por tanto, entre dos personas tomadas al azar era posible encontrar una cadena de contactos que las uniese con esa longitud media. De ahí la famosa expresión «6 grados de separación» (bueno, 5,2 de hecho). Sucesivos estudios confirmaron este hallazgo. Así pues, quedaba empíricamente demostrado el aforismo de «el mundo es un pañuelo».
Otra cuestión era qué estructuras sociales hacían posible este fenómeno. Duncan Watts retomó el problema en los años 90 y encontró una sencilla explicación: aunque las estructuras sociales son básicamente locales y redundantes, existen unas pocas personas, los hubs o brokers, que conectan esos subgrupos de forma que todo el sistema acaba teniendo un diámetro muy pequeño (esto es, el camino más largo entre dos puntos cualesquiera es muy corto). Estas personas suelen ser de rango social elevado. De hecho, esta característica de un mundo pequeño no solamente es propia de los sistemas sociales sino de todos los sistemas complejos como las redes de ordenadores, los sistemas neuronales, las citas científicas, los sistemas de transporte, ecosistemas y un larguísimo etcétera. De ahí la expresión del físico Barabasi y otros de la «Ciencia de las redes».
Pues bien, las primeras plataformas de social networking se pusieron en marcha con el objetivo de hacer visible las cadenas de contactos que de otra forma quedaban ocultas y, de esta forma, aprovechar al máximo el potencial de la red social. Dicho y hecho. El primer Social Networking Site (SNS) fue lanzado en 1997 con el sintomático nombre desixdegrees.com. Aunque este sitio tuvo pocos años de vida, a partir de ese momento los SNS fueron ganando terreno y extendiéndose por todo el mundo, especialmente a partir del éxito inusitado de Facebook.
Y es que Facebook merece una atención especial. Lanzado en 2004 para estudiantes universitarios, en 2005 se abrió a un público más amplio y desde entonces no ha parado de crecer, teniendo en la actualidad más de 800 millones de usuarios. Facebook se caracteriza por su carácter generalista mientras que otros SNS se especializan profesionalmente (Linkedin, Xing, Visible Path, Academia) o por intereses compartidos. En cualquier caso el elemento clave de esta revolución cultural es la declaración de contactos asociados a un perfil individual como base de la navegabilidad en Internet. Así, esta característica se ha exportado a los sitios centrados en fotografías (Flickr), videos (Youtube), Bookmarks (Delicious), música (Last.FM) o microblogs (Twitter). Los SNS se están implementando en universidades y corporaciones como parte de sus intranets y ya son parte del «nuevo sistema operativo social», siguiendo la expresión del próximo libro de Lee Rainie y Barry Wellman, que caracteriza y caracterizará nuestras vidas en un futuro próximo. Veamos algunas de sus consecuencias.
Individualización de las tecnologías (y de la cultura)
No hace mucho llamábamos por teléfono a un número o a un lugar. Recuerdo una conferencia de un representante de Telefónica hacia el año 1990 en una escuela de negocios, anunciando que en el futuro los números serían personales. Los asistentes nos miramos con una sonrisa cómplice de incredulidad. Hoy día, si nos enterrasen con ajuar, como en la Prehistoria, sin duda pediríamos que nos enterrasen con nuestroSmartphone. Estos dispositivos hacen de todo, incluso mantener conversaciones orales en tiempo real (llamar por teléfono, vaya). Y lo que es más importante, permiten la conexión con Internet o, lo que es lo mismo, la producción, el consumo y la comunicación de contenidos siguiendo (aunque no exclusivamente) los contactos sociales.
Las consecuencias culturales son formidables: el individuo aparece como la entidad natural sobre la que gira todo el sistema, la inmediatez del acceso acostumbra a un consumo líquido, de usar y tirar, en tiempo real de contenidos breves y ligeros; se refuerza la oralidad como elemento comunicativo, uno de los elementos de la «supersocialización» que veremos más tarde y se delega en la tecnología la gestión de gran parte de las relaciones sociales.
El concepto de «individuo» es un lugar común en la cultura occidental y el desarrollo del capitalismo. Sin embargo, conviene recordar que la historia del Planeta es mucho más amplia que la de la globalización y que en multitud de sistemas culturales los individuos no eran entidades per se, sino que las personas formaban parte de grupos que les conferían parte de sus identidades sociales. Pero esta historia ha desaparecido o está próxima a desaparecer: el individuo conectado (siguiendo de nuevo a Wellman) es el nuevo actor social por excelencia.
Supersocialización
Los individuos conectados están continuamente atentos a grandes flujos de información, atendiendo a normas de etiqueta cada vez más difíciles de satisfacer (como seguir a quien te sigue, o aceptar a quien te invita, o dejar un comentario ingenioso a alguien que te ha citado en algún espacio) y revisando los mensajes que las compañías emiten automáticamente para avisar de la disponibilidad de comunicaciones. El resultado es la supersocialización: la inversión de cada vez más tiempo en interacciones sociales redundantes. Igualmente, la cultura de la inmediatez lleva a usar la conversación telefónica como mecanismo de coordinación de lo que en otro momento sería simplemente respetar la puntualidad. Esta neooralidad explica el éxito de la telefonía celular en todo el mundo pues se aproxima a un comportamiento natural como es el habla, pero digitalizada, transformada y reconstruida a través de complejas
El éxito de la telefonía celular en todo el mundo se aproxima a un comportamiento natural como es el habla, pero digitalizada, transformada y reconstruida a través de complejas infraestructuras de comunicaciones
infraestructuras de comunicaciones. No es de extrañar que el mercado más importante de los teléfonos celulares sea precisamente el de las personas analfabetas. Ahora bien, lo que antes contenía la carta, o el telegrama, ahora se puede hacer oralmente y en tiempo real. Y con una diferencia muy importante: las cartas y los telegramas no exigen dedicar al menos un 30% del tiempo de la interacción a intercambiar educadamente informaciones sobre la situación de cada uno y los suyos.
Ahora bien, esta supersocialización no significa que haya cambiado de manera significativa la estructura de las redes personales. Las redes personales tienen dos grandes características relacionadas. La primera es que se configuran con un núcleo de lazos fuertes, entre 5 y 15 aproximadamente, que cambia poco con el tiempo, y una periferia muy variable de lazos débiles, que cambia más rápidamente. La segunda es que la localización geográfica de esos contactos es glocal, es decir, una mayoría viven cerca y un número reducido de los contactos activos puede estar disperso por todo el mundo. Con la supersocialización aumentan rápidamente los lazos débiles pero no la estructura centro-periferia comentada ni la distribución geográfica de los contactos activos. Esto es así por dos razones. La primera es porque los recursos cognitivos disponibles para la socialización son limitados y se reparten entre las interacciones, de forma que a más tamaño de la Red le corresponde menos valor emocional disponible para cada contacto. Dicho de otro modo: disponer de un «millón de amigos» en Facebook implica que cada «amigo» tiene asignado un valor emocional cero (o algo muy próximo a cero). La segunda consiste en el hecho de que los SNS (incluso Twitter) suelen hacer más densa la comunicación entre redes sociales preexistentes (sin cerrarse a nuevos contactos), por lo que el fenómeno de la glocalidad se repite.
Esto nos lleva a la tercera característica: las posibilidades de movilización.
Movilización
La desafortunada denominación «Primavera Árabe» (una traslación de la «Primavera de Praga») para referirse a los movimientos revolucionarios experimentados en los estados árabes en el 2011 se asocia a Twitter y a los smartphones: los activistas informaban en tiempo real de los acontecimientos haciendo competencia a la propaganda de cada régimen emitida por los medios de comunicación convencionales. El fenómeno no es nuevo y no se explica solamente por la disponibilidad de telecomunicaciones personales en tiempo real, aunque hay que reconocer que las facilitan: la reducción de la distancia social y de los umbrales de movilización espontánea en momentos de crisis.
El estudio del BIFI de la Universidad de Zaragoza sobre el intercambio de mensajes en el movimiento del 15-M (15m.bifi.es) pone de manifiesto la dinámica que se produce en estos fenómenos. En momentos de crisis los contactos débiles dejan pasar tanta información y credibilidad como lo hacen los contactos fuertes en circunstancias normales, emerge un sentimiento de solidaridad colectiva temporal y aumenta el número de conocidos de cada persona que manifiestan una conducta determinada (como, por ejemplo, acampar en la Puerta del Sol de Madrid) con lo que se precipita, por influencia social, la adopción de esta nueva conducta en cascada. Aunque este fenómeno es bien conocido (de hecho es el fenómeno que se produce en una multitud), el uso de estas tecnologías sociales lo acelera. No es de extrañar que en países tan importantes como China, Twitter no sea operativo y que los Gobiernos se interesen por controlar los mensajes de Blackberry entre otros operadores.
Y esto nos lleva al tema final: la redefinición del concepto de privacidad.
Privacidad
Los Estados han recogido históricamente información sobre sus pobladores. Aunque el secreto estadístico apareció en España en fecha tan temprana como el siglo XVIII con el Censo de Floridablanca, podemos decir que de forma sistemática los datos recogidos por los estados han acabado en empresas que han usado esta información de forma comercial, ya sea por procesos de privatización, triquiñuelas legales, descuidos, simple robo u otros. Pues bien, con la irrupción de Internet y de las tecnologías sociales podemos decir que el proceso se ha invertido: son las empresas comerciales las que disponen de toda nuestra vida registrada. La posición geográfica en cada momento que emite nuestro celular, el contenido de los mensajes, la hora exacta, los destinatarios con los que estamos conectados, las conversaciones privadas, en fin, todo. Y lo más importante, de forma voluntaria. En estas circunstancias hay autores que sugieren que la única solución es hacerlo todo público, renunciar a la privacidad, como el mecanismo más eficiente para evitar la comercialización de la información personal. Pero quizás lo más importante no es la accesibilidad a la información personal sino las tecnologías que la hacen significativa. Y esas tecnologías hace tiempo que están disponibles.
Hace falta una nueva cultura de la información que nos permita navegar en este océano para el que sin duda ya no sirven las viejas cartas marinas que nos enseñaron nuestros mayores. Fuente: www.fgcsic.es