La vida en el campo de concentración de Breendonk (Bélgica)


Los nazis transformaron el Fuerte de Breendonk -construido en 1906 y situado a 20 Km. de Amberes- en un campo de prisioneros. El 20 de septiembre de 1940 llegaron los primeros prisioneros. Se trataba de pequeños criminales, personas calificadas como antisociales y quienes no acataban las nuevas leyes impuestas. Más adelante fueron luchadores de la Resistencia y prisioneros políticos. Otra sección del campo se utilizó como lugar de tránsito para los judíos que iban a ser enviados a morir en otros campos, principalmente en el de Auschwitz. El campamento estaba custodiado por unos 20 miembros de las SS alemanas apoyados por 33 soldados de la Wehrmacht. A la llegada al campo y al grito de Heil Hitler, los nuevos prisioneros eran llevados a los patios, donde tenían que quedarse mirando a la pared hasta que fueran procesados. En la oficina de las SS los prisioneros eran inscritos en el campo de concentración, pasando de ser ciudadanos a un simple número. Una vez registrados, eran llevados a la sastrería para cambiar su traje civil por un viejo uniforme del ejército belga. Cuando las reservas de botas de soldado se agotaban, permitían a los internos utilizar el calzado civil con el que llegaron al campo. Los uniformes de los fallecidos eran reutilizados hasta que daban de sí, agujereados y manchados de sangre. Los judíos eran separados del resto de prisioneros y recluidos en una sección del campo especialmente preparada para ellos; el resto, eran alojados en fríos y húmedos barracones de piedra en literas triples y colchones de paja compartidos con los chinches. Los prisioneros eran sometidos a trabajadores forzados durante 12 horas al día: debían retirar la gruesa capa de tierra que cubría el fuerte y trasladarlo para crear un muro de tierra circular y de gran altura alrededor del Fuerte y esconderlo de las miradas curiosas. 

La comida que recibían… por la mañana 100 gramos de pan y dos tazones de infusión de bellotas asadas; al mediodía dos platos de sopa aguada y por la tarde 125 gramos de pan y dos tazones de infusión de bellotas asadas. Los prisioneros complementaban aquella miserable dieta con lo que podían: raíces de plantas, hierba, las pieles de las patatas… incluso la placenta de alguna oveja Tan solo se les permitía usar el retrete dos veces al día, todos al mismo tiempo. Únicamente se les permitían 5 minutos, pero debido a que ninguno de los presos disponía de un reloj, la mayoría acababa en un minuto, por el temor a sobrepasar el tiempo asignado y recibir un castigo. También se castigaba el no hacer la cama correctamente con un día sin alimentos. 

Muerte en Breendonk

Además de las numerosas muertes por las enfermedades o malnutrición -que en las actas de defunción los doctores alemanes señalaban como causa la debilidad de corazón-, Breendonk era el campo encargado de proporcionar los candidatos al “ojo por ojo y diente por diente“: cuando los miembros de la resistencia mataban a algún alemán o colaborador belga, se elegían al azar 10 prisioneros para ser fusilados. Tras la ejecución, los judíos debían limpiar la sangre de los postes donde habían sido atados y recuperar los uniformes y botas de los ejecutados. También se producían otras muertes por las palizas propinabas por los llamados jefes de barracones -prisioneros que a cambio de prebendas como mejor alimentación, cuidados médicos y algún que otro encuentro con mujeres, se encargaban de vigilar y controlar a sus compañeros-. Walter Obler y Valère De Vos fueron dos de estos jefes que mataron a varios compañeros, pero lo pagaron: Obler, que además de matar a 10 prisioneros se hizo con un pequeño capital de dinero y joyas a cambio de hacer llegar a los prisioneros cartas y comida de sus familiares, fue juzgado y fusilado en 1947; De Vos, que fue trasladado junto al resto de prisioneros cuando fue evacuado el campo en 1944, murió dos días después de llegar a Buchenwald por la paliza que le propinaron los que antes habían sufrido sus torturas. También hubo un muerto por las múltiples mordeduras de Lump, el pastor alemán del comandante del campo Philippe Schmitt. 

En 1942 se inauguró la cámara de tortura. En sesiones que podía durar hasta 5 horas, los especialistas en este tipo de trabajos aplicaban hierros incandescentes y descargas eléctricas en los genitales, quebraban los huesos con prensas, los quemaban con cigarrillos… una pequeña zanja en el suelo permitía la evacuación de sangre y orina. Las puertas de la cámara permanecían abiertas para que el resto de prisioneros escuchasen los lamentos y gemidos. 

Testimonios del campo

De entre los casi 4.000 prisioneros que pasaron por el campo entre septiembre de 1940 y agosto de 1944, hubo dos de ellos que dieron testimonio de aquellos días: León-Ernest Halkin, profesor de Historia de la Universidad de Lieja, y Paul Lévy, ingeniero y profesor en la Universidad Católica de Lovaina y en la de Estrasburgo. Halkin escribirá la obra A la sombra de la muerte en 1945, donde relata su experiencia en Breendonk. El 17 de febrero de 1941 falleció en una de las celdas de aislamiento la primera víctima desde la inauguración del campo de Breendonk: Julius Nathan. Lévy, en su obra El desafío, describe cómo se produjo: Nathan no pudo seguir con el ritmo de trabajo y se derrumbó sobre la carretilla; las SS lo llevaron a una celda de aislamiento y el viejo Nathan, asmático y solo, falleció esa misma noche. 

Fort Breendonk fue declarado memorial nacional en 1947, reconociendo el sufrimiento y crueldad que padecieron los prisioneros. Fuente: Historias de la historia