Obligación de oír la Misa. -Aunque atendida la excelencia del santo sacrificio de la Misa, para el cristiano no debía haber ocupación de más importancia que el oír la Misa, y toda tarea había de interrumpir para asistir diariamente a ella, la ignorancia de muchos católicos y su tibieza por las cosas de su alma hacen que olviden este divinísimo ejercicio del culto hasta el punto de no asistir a él sino a más no poder y sólo cuando los obliga la Iglesia bajo pecado mortal.
Esta obligación grave existe en todos y cada uno de los domingos del año y en las fiestas de Navidad (25 de diciembre), Circuncisión (1 de enero), Epifanía (6 de enero), Ascensión y Corpus; en las de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre) y Asunción (15 de agosto), y en los días de San José (19 de marzo); de San Pedro y San Pablo (29 de junio). En toda España obliga, además, la fiesta de Santiago el Mayor (25 de julio). En algunas diócesis y en otras regiones obligan también algunas fiestas propias de las mismas.
Modo de oír la Misa. -La Iglesia, no sólo nos manda asistir al santo sacrificio, oír la Misa; quiere, además, y nos prescribe, que tomemos parte activa en la misma. Esta participación activa en los divinos misterios es la fuente más fecunda de la piedad y de la vida cristiana. Durante la misma Misa, la liturgia la recuerda, la urge y nos excita a ella:
"Orad, hermanos, para que este sacrificio, que también es vuestro...", dice el Sacerdote. El cual añade en otra Oración:
"Aceptad, ¡Oh Trinidad Santa!, esta oblación que nosotros os ofrecemos... Nosotros te suplicamos..."" Y tantas otras fórmulas con que se invita a esta participación activa. Y es que en la Misa, Cristo, nuestra cabeza, es Sacerdote y víctima; nosotros, sus miembros, lo somos con Él. Cristo es el Sacerdote principal; nosotros, los Sacerdotes secundarios. Él es la víctima principal; nosotros, las víctimas secundarias. Jesús y nosotros somos el Sacerdote completo, la hostia completa. Por esto, para asistir bien a la Misa hay que unirse con la intención al Sacerdote, y por medio de él, a Jesucristo, y seguir atentamente y con espíritu de fe cuanto se hace en el altar, en especial durante las partes principales de la Misa.
Actitudes exteriores. -Esta participación activa en el sacrificio y esta unión espiritual con el Sacerdote requieren, a su vez, como mínimo, una actitud exterior reverente, y el acompañar con esta actitud los gestos rituales del sacrificio. La actitud del cuerpo durante la oración traduce los sentimientos del alma, y a su vez los excita y fomenta. Procura, pues, seguir al Sacerdote en las ceremonias que hace, santiguándote, arrodillándote, estando de pie o sentado, etc.
Según las rúbricas, los asistentes en las Misas rezadas deberían estar siempre de rodillas, aun durante el tiempo pascual, excepto a la lectura del Evangelio. La costumbre general ha mitigado esta disciplina, permitiendo el estar de pie o sentado en varias partes de la Misa. Conforme a esta costumbre, en lo que está ya generalmente admitida, en el Ordinario de la Misa se señalan las actitudes que deben observarse en cada parte de la Misa, así rezada como cantada y solemne.
Unión al Sacerdote. -Pero no debes contentarte con esta participación exterior; debes unirte al Sacerdote, siguiendo en todo el espíritu de la Misa. Y pues eres oferente con él, reza por el Misal las oraciones que él recita, y lee e instrúyete en las enseñanzas que Dios te da por medio de la Iglesia, en las lecturas del Misal, para vivir así de su espíritu y vivir siempre con la Iglesia, que será vivir con Jesucristo, como miembro de su Cuerpo místico.
Cuando no puedas seguir la Misa, por el Misal, únete al Sacerdote al principio de la Misa, renueva esa intención en los principales pasos de la misma. Y durante ella puedes meditar en la pasión del Señor, ya que la Misa es el sacrificio mismo de la Cruz. O bien, puedes ofrecerla según los cuatro fines por que fue instituída; desde el comienzo hasta el Ofertorio, adorarás a Dios (fin latréutico); desde el Ofertorio hasta la Consagración, agradecerás a Dios todos sus beneficios (fin eucarístico); desde la Consagración a la Comunión, pedirás perdón de tus pecados y penas temporales (fin propiciatorio), y de la Comunión al fin, implorarás nuevos beneficios (fin impetratorio) y la gracia de vivir santamente durante el día.
También, manteniendo habitualmente tu unión con el Sacerdote celebrante y para actuarla con mayor eficacia, puedes fomentar en tu mente los sentimientos correspondientes a las partes de la Misa, en esta forma: En la Preparación, excita en ti sentimientos de dolor y contrición de tus faltas y pecados. En la Misa de los catecúmenos, actos de súplica y de alabanza a Dios durante el rito deprecatorio; actos de viva fe a la palabra de Dios y de fervorosa adhesión a las enseñanzas de la Iglesia durante el rito catequístico. En la Misa de los fieles, actos de generosa oblación de ti mismo y de todas las obras del día durante el Ofertorio; afectos de alabanza al Prefacio; actos de adoración y de entrega total a Dios en unión de Jesucristo víctima durante el Canon; afectos de amor y deseo durante la Comunión; y desde ésta hasta su fin, actos de gratitud y ofrenda de las resoluciones para tu vida cristiana y piadosa.
Servir a la Misa. -Oficio excelente, propio de los Ángeles, y medio muy propio de participar más activamente en el sacrificio, es el ayudar a la Misa como Ministro o Acólito. El Acólito asiste al Sacerdote en el altar, al modo como los Ángeles asisten en el cielo ante el trono de Dios; representa a todos los fieles, en cuyo nombre responde al Celebrante, y mediante su oficio el Acólito está en contacto más íntimo con los sagrados misterios que se celebran.
A fin de que más fácilmente puedas hacer el oficio de Ministro en la Misa rezada, en el Ordinario se describen breve y concisamente las funciones que le corresponden.
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¡Cristiano lector: fomenta más cada día tu devoción a la Santa Misa! "Oyendo una sola Misa -dice San Bernardo- puedes merecer más que empleando tu fortuna toda en aliviar la miseria de los pobres, más que yendo en peregrinación hasta las extremidades de la tierra, más que visitando con la mayor devoción los santuarios de Roma y de la Tierra Santa." Si alguien nos dijese: "Debajo de aquella iglesia parroquial se acaba de descubrir una mina de oro, cada mañana puede ir cualquiera a enriquecerse durante media hora a manos llenas, ¿qué feligrés dejaría de ir allí? Ahora bien, una sola Misa vale más que todo el oro del mundo. Y uno se pregunta, extrañado, cómo los cristianos, que esto saben, pueden ser tan inconsecuentes."
Pues por desgracia tenemos cristianos que no se dan cuenta o están mal informados de lo que es la Santa Misa y entonces no la pueden aprovechar adecuadamente y con la mayor devoción posible, desperdiciando así su tiempo, incluso su vida en otras cosas mundanas e impidiendo que Dios entre en su vida y pueda llegar a salvar su alma y muchas otras almas.