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Por qué necesitamos una eco-revolución, Naomi Klein


En diciembre de 2012, un investigador de sistemas complejos con el pelo teñido de rosa, Brad Werner, se abrió camino entre una multitud de 24.000 geólogos y astrónomos en el Congreso de otoño de la Unión Geofísica Americana que se celebra cada año en San Francisco. Las conferencias de este año acogían participantes de renombre, desde Ed Stone, del proyecto Voyager de la NASA, que explicaba un nuevo hito en el camino hacia el espacio interestelar, hasta el director de cine James Cameron, que compartía con los asistentes sus aventuras en batiscafos de profundidad. Sin embargo, fue la sesión del propio Werner la que levantó más controversia. Tenía por título “¿Está la tierra jodida?” (título completo: “¿Está la tierra jodida? Inutilidad dinámica de la gestión medioambiental y posibilidades de sostenibilidad a través del activismo de acción directa.”). De pie en la sala de conferencias, el geofísico de la Universidad de California en San Diego, mostró a la gente el avanzado modelo informático que estaba usando para responder a dicha pregunta. Habló de los límites del sistema, de perturbaciones, disipaciones, puntos de atracción, bifurcaciones y de un puñado de muchas otras cosas que son tan difíciles de comprender para quienes somos legos en la teoría de los sistemas complejos. No obstante, el tema de fondo estaba más que claro: el capitalismo global ha hecho que la merma de los recursos sea tan rápida, fácil y libre de barreras que, en respuesta, “los sistemas tierra-humanos” se están volviendo peligrosamente inestables. Cuando un periodista le presionó para que diera una respuesta clara sobre la pregunta “¿estamos jodidos?”, Werner dejó a un lado su jerga para contestar: “más o menos”. Sin embargo, había una dinámica en el modelo que ofrecía alguna esperanza. Werner lo denominó “resistencia”: movimientos de “gente o grupos de gente” que “adoptan un cierto tipo de dinámicas que no encajan con la cultura capitalista”. Según el resumen de su comunicación, esto incluye “acción directa medioambiental y resistencia proveniente de más allá de la cultura dominante, como las protestas, bloqueos y sabotajes perpetrados por indígenas, trabajadores, anarquistas y otros grupos activistas.” Las reuniones científicas serias, normalmente, no implican llamadas a la resistencia política en masa, mucho menos acciones directas y sabotajes. No es que Werner estuviera exactamente convocando estas acciones. Simplemente tomaba nota de que los levantamientos en masa de la gente (en la línea del movimiento abolicionista, de los derechos civiles o del “Ocupa Wall Street”) representan la fuente más probable de “fricción” a la hora de ralentizar una máquina económica que está escapando a todo control. Sabemos que los movimientos sociales del pasado han tenido una “tremenda influencia en… cómo la cultura dominante ha evolucionado”, señaló. Así que es lógico que “si pensamos en el futuro de la tierra, y en el futuro de nuestro acoplamiento al medio ambiente, tenemos que incluir la resistencia como parte de la dinámica.” Y eso –argumentó Werner-, no es una cuestión de opinión, sino un “verdadero problema de geofísica”. Muchos científicos se han visto forzados a salir a la calle por los resultados de sus descubrimientos. Físicos, astrónomos, doctores en medicina y biólogos se han situado al frente de movimientos contra las armas nucleares, la energía nuclear, la guerra, la contaminación química y el creacionismo. Así, en noviembre de 2012, la revista Nature publicó un comentario del financiero y filántropo medioambiental Jeremy Grantham, urgiendo a los científicos a unirse a esta tradición y a “ser arrestados si fuera necesario”, porque el cambio climático “no es solo la crisis de vuestras vidas: es también la crisis de la existencia de nuestra especie.”. No hace falta convencer a algunos científicos. El padrino de la moderna ciencia climática, James Hansen, es un activista formidable que ha sido arrestado alrededor de media docena de veces por su lucha por el cierre de las minas de carbón en las cimas de las montañas y contra los gaseoductos de gas de esquisto (incluso este año dejó su trabajo en la NASA, en parte para tener más tiempo libre para sus campañas). Hace dos años, cuando fui arrestada en las inmediaciones de la Casa Blanca en una acción masiva contra el gaseoducto de gas de esquisto Keystone XL, una de las 166 personas que había sido esposada ese día era un glaciólogo llamado Jason Box, un experto sobre el derretimiento de la capa de hielo de Groenlandia mundialmente reconocido. “No podía seguir respetándome a mí mismo si no iba,” dijo Box en aquel momento, añadiendo que “parece que, en este caso, no es suficiente con votar. También necesito ser un ciudadano”. Es admirable. Pero lo que Werner está haciendo con su modelo es diferente. Él no está diciendo que su investigación le llevara a tomar parte activa contra una política en particular; lo que está diciendo es que su investigación muestra que todo nuestro paradigma económico es un desafío a la estabilidad ecológica. Y, claro está, desafiar este paradigma económico con un movimiento de masas reactivo resulta la mejor baza humana para evitar la catástrofe. Eso es muy fuerte. Pero no está solo. Werner forma parte de un pequeño pero cada vez más influyente grupo de científicos cuyas investigaciones en el campo de la desestabilización de los sistemas naturales (de los sistemas climáticos, en particular) les está llevando a conclusiones transformativas, incluso revolucionarias, similares. Y para cualquier revolucionario en el armario que alguna vez haya soñado con derrocar el actual orden económico a favor de algún otro que como mínimo no lleve a los pensionistas italianos a colgarse en sus casas, este trabajo debería serle de un especial interés. En gran medida, porque hace que cruzar el abismo entre este cruel sistema y otro nuevo (tal vez, con mucho trabajo, un sistema mejor) no sea ya una mera cuestión de preferencia ideológica, sino más bien de una exigencia para la existencia de nuestra especie en este mundo. Al frente de este grupo de nuevos científicos revolucionarios se encuentra uno de los máximos expertos en cuestiones climáticas en Gran Bretaña, Kevin Anderson, director adjunto del Centro Tyndall para la Investigación del Cambio Climático, que en muy poco tiempo se ha situado como una de los centros de investigación sobre el clima más importantes en el Reino Unido. Dirigiéndose a todos, desde el Departamento para el Desarrollo Internacional hasta el Ayuntamiento de Manchester, Anderson se ha pasado más de una década popularizando pacientemente los resultados de la ciencia climática más moderna a políticos, economistas y activistas. En un lenguaje claro y comprensible, ha ofrecido una rigurosa hoja de ruta para la reducción de la emisión de gases contaminantes que persigue frenar el aumento de la temperatura global a menos de 2 grados centígrados, objetivo que la mayoría de los gobiernos consideran imprescindible para evitar la catástrofe. Sin embargo, en los últimos años, los documentos y las diapositivas de Anderson se han ido haciendo más alarmantes. Con títulos como “El cambio climático: más allá de lo peligroso… Cifras brutales y esperanzas endebles”, señala que las probabilidades de quedarse en algo parecido a unos niveles de temperatura seguros están disminuyendo rápidamente. Junto con su colega, Alice Bows, experta en control climático en el Centro Tyndall, Anderson señala que hemos perdido tanto tiempo con políticas ambiguas y con tímidos programas climáticos (mientras las emisiones globales crecían sin control), que ahora tenemos que enfrentarnos a recortes tan drásticos que incluso llegan a desafiar la lógica fundamental de priorizar el crecimiento del PIB por encima de todo. Anderson y Bows informan de que el tan a menudo citado objetivo de reducción a largo plazo (un recorte de más de un 80% de las emisiones de 1990 para el 2050) ha sido fijado por razones de conveniencia política y que no tiene “ninguna base científica”. Esto es debido a que los impactos sobre el clima no provienen de lo que emitamos hoy o mañana, sino del cúmulo de emisiones que se han ido sumando en la atmósfera a lo largo del tiempo. Además, avisan de que centrarse en objetivos de aquí a tres décadas y media –en lugar de enfocarlos hacia lo que podemos hacer para recortar carbono de forma tajante e inmediata- supone un grave riesgo de seguir permitiendo que las emisiones aumenten vertiginosamente en los próximos años, y que de ese modo se superará con creces nuestro “objetivo de carbono” hasta los 2 grados centígrados, y, entrado el siglo, nos encontraremos ante una tesitura imposible de encarar. Esta es la razón por la que Anderson y Bows argumentan que, si los gobiernos de los países desarrollados se muestran serios a la hora de alcanzar el acordado objetivo internacional de mantener el calentamiento por debajo de los 2 grados centígrados, y siempre que las reducciones vayan a respetar cualquier tipo de principio equitativo –básicamente, que los países que han estado arrojando carbono durante casi dos siglos necesitan recortar sus emisiones antes que los países en los que más de mil millones de personas todavía no tienen electricidad-, entonces, las reducciones deben ser mucho más profundas y tienen que llegar mucho antes. Incluso disponiendo de una probabilidad de 50/50 de alcanzar el objetivo de los 2 grados (la cual, como ellos y muchos otros avisan, ya implica enfrentarse a una serie de impactos climáticos bastamente dañinos), los países industrializados necesitan empezar a recortar sus emisiones de gases de efecto invernadero alrededor de un 10 por ciento al año. Y deben empezar ya. No obstante, Anderson y Bows dan un paso más, al señalar que este objetivo no puede lograrse con modestas penalizaciones por emisión de carbono o con las soluciones ofrecidas por la tecnología ecológica, normalmente defendidas por las grandes “corporaciones verdes”. Desde luego que estas medidas pueden ayudar, pero no son suficientes: una reducción del 10 por ciento en las emisiones, año tras año, resulta inaudita desde el momento en que empezamos a energizar nuestras economías con carbón. De hecho, los recortes por encima de un 1 por ciento al año “se han visto históricamente asociadas a recesiones económicas o a crisis políticas”, tal y como indicó el economista Nicholas Stern en su informe de 2006 para el gobierno británico. Ni siquiera con la desintegración de la Unión Soviética hubo reducciones de tal duración y profundidad (los países soviéticos experimentaron un promedio de reducciones anuales de apenas un 5 por ciento en un período de diez años). Tampoco ocurrieron tras el crack de Wall Street en 2008 (los países ricos experimentaron un descenso de un 7 por ciento de emisión entre 2008 y 2009, pero sus emisiones de CO2 remontaron fuertemente en 2010, y las emisiones en China y en la India han seguido creciendo). Solo después de la gran crisis de 1929, los Estados Unidos vieron, por ejemplo, como las emisiones descendían durante varios años consecutivos más de un 10 por ciento anual, según los datos históricos del Centro de Análisis e Información de Dióxido de Carbono. Pero esa fue la peor crisis económica de los tiempos modernos. Si queremos evitar ese tipo de carnicerías a la hora de lograr nuestros objetivos con base científica en las emisiones, la reducción del carbono debe gestionarse con cuidado a través de lo que Anderson y Bows describen como “estrategias de decrecimiento radicales e inmediatas en EEUU, la UE y en otras naciones ricas”. Lo que está muy bien, si no fuera por el hecho de que resulta que tenemos un sistema económico que fetichiza el crecimiento del PIB sobre todo lo demás, sin importar las consecuencias humanas o ecológicas, y en el que la clase política neoliberal hace tiempo que ha rechazado su responsabilidad de gestionar nada (ya que el mercado es el genio invisible a lo que todo debe ser confiado). Así que lo que Anderson y Bows están realmente diciendo es que todavía queda tiempo para evitar un calentamiento catastrófico, pero no según las reglas del capitalismo tal y como hoy se plantean. Algo que tal vez sea el mejor argumento que jamás hayamos tenido para cambiar esas reglas. En un ensayo de 2012 aparecido en la influyente revista científica Nature Climate Change, Anderson y Bows lanzaron un guante, acusando a muchos de sus colegas científicos de no ser transparentes a la hora de exponer los cambios que el cambio climático precisa de la humanidad. Vale la pena citarles por extenso: “…a la hora de desarrollar los marcos de emisión de gases, los científicos constantemente subestiman las implicaciones de sus análisis. Cuando se trata de la cuestión de evitar el aumento de los 2 grados centígrados, se traduce “imposible” por “difícil, pero se puede hacer”; “urgente y radical”, por “desafío”: todo para apaciguar al dios de la economía –o, más concretamente, al de las finanzas-. Por ejemplo, para evitar salirse del porcentaje máximo de reducción de emisiones dictado por los economistas, se asumen los anteriores niveles máximos “de forma imposible”, junto con ingenuas nociones de “alta” ingeniería y con las tasas de utilización de infraestructuras bajas en carbón. Y lo más inquietante es que cuanto más menguan los presupuestos sobre emisiones, más se propone la geoingeniería para asegurar que el dictado de los economistas permanezca incuestionable”. En otras palabras, para aparecer razonable en los círculos económicos neoliberales, los científicos han estado haciendo la vista gorda de manera escandalosa con las consecuencias derivadas de sus investigaciones. Hacia agosto de 2013, Anderson estaba dispuesto a ser incluso más tajante, al escribir que habíamos perdido la oportunidad de cambios graduales. “Tal vez, durante la Cumbre sobre la Tierra de 1992, o incluso en el cambio de milenio, el nivel de los 2 grados centígrados podrían haberse logrado a través de significativos cambios evolutivos en el marco de la hegemonía política y económica existentes. Pero el cambio climático es un asunto acumulativo. Ahora, en 2013, desde nuestras naciones altamente emisoras (post-) industriales nos enfrentamos a un panorama muy diferente. Nuestro constante y colectivo despilfarro de carbono ha desperdiciado toda oportunidad de un “cambio evolutivo” realista para alcanzar nuestro anterior (y más amplio) objetivo los 2 grados. Hoy, después de dos décadas de promesas y mentiras, lo que queda del objetivo de los 2 grados exige un cambio revolucionario de la hegemonía política y económica” (la negrita es suya). Probablemente no debería sorprendernos que algunos climatólogos estén un poco asustados por las consecuencias radicales de sus propias investigaciones. La mayoría de ellos solo estaban haciendo tranquilamente su trabajo, midiendo núcleos de hielo, elaborando sus modelos de climatología global y estudiando la acidificación de los océanos, hasta llegar a descubrir, tal y como dijo el experto climatólogo australiano Clive Hamilton, que “estaban, sin quererlo, desestabilizando el orden social y político”. Sin embargo hay mucha gente bien informada de la naturaleza revolucionaria de la climatología. Es la razón por la que algunos gobiernos que han decidido tirar a la basura sus compromisos con el clima para seguir produciendo más carbón han tenido que encontrar maneras todavía más bestias para acallar e intimidar a sus propios científicos. En Gran Bretaña, esta estrategia se está haciendo más patente en el caso de Ian Boyd, el principal consejero científico del Departamento de Medio Ambiente, Alimentación y Asuntos Rurales, al escribir hace poco que los científicos deberían evitar “sugerir que políticas son buenas o malas” y que deberían expresar sus puntos de vista “colaborando con asesores oficiales (como yo mismo), y siendo la voz de la razón, más que de la disidente, en el ámbito público”. Para saber a dónde conduce esto, solo hace falta mirar lo que ocurre en Canadá, donde vivo. El gobierno conservador de Stephen Harper ha hecho un trabajo tan eficaz a la hora de amordazar científicos y cerrar proyectos de investigación críticos que, en julio de 2012, un par de miles de científicos y simpatizantes celebraron un funeral bufo ante el Parlamento en Ottawa, quejándose de “la muerte de la evidencia”. Sus carteles decían: “no hay ciencia, no hay evidencia, no hay verdad.”. Pero la verdad siempre reluce. El hecho de que el negocio-habitual-de-búsqueda-de beneficios y crecimiento este desestabilizando la vida en la tierra ya no es algo que tengamos que leer en las revistas científicas. Los primeros síntomas se están desplegando ante nuestros ojos. Y el número de personas que están reaccionando también crece a medida que sucede: bloqueando las explotaciones de gas de esquisto en Balcombe, interfiriendo en las perforaciones en el Ártico en aguas rusas (a un tremendo coste personal); llevando a juicio a las compañias de energías bituminosas por violar la soberanía indígena, entre otros muchos incontables actos de resistencia, grandes y pequeños. En el modelo informático de Brad Werner, esta es la “fricción” que se necesita para frenar las fuerzas de desestabilización. El gran activista del clima Bill McKibben lo llama los “anticuerpos” que se producen para luchar contra la “fiebre alta” del planeta. No es una revolución, pero es un comienzo. Y puede que nos consiga el tiempo suficiente para imaginar una manera de vivir en este planeta que sea claramente menos jodida. Naomi Klein es autora de La doctrina del shock y No Logo, está trabajando en un libro y una película sobre el poder revolucionario del cambio climático. Fuente: sinpermiso

Los niños de la guerra de Moscú piden auxilio a Rajoy



Segundo 'match ball' en menos de un año para el Centro Español de Moscú. La antiguada sede del PCE en Rusia, y punto de encuentro desde 1965 de los niños de la Guerra Civil española que fueron llevados a la URSS, se encuentra en una situación dramática cercana al cierre. El ayuntamiento de Moscú, a través de una carta, ha duplicado el precio del alquiler del local con efectos retroactivos desde el pasado enero elevando el coste del local desde 1.236 euros al mes a algo más de 2.400 euros. La única explicación del ayuntamiento de Moscú ha sido una vaga referencia a un "acuerdo suplementario" con fecha del 23 de agosto.
"En caso de efectuarse esta subida de alquiler sería la puntilla para el Centro. No podemos afrontar más gastos", relata a Público Enrique Alonso, secretario del Centro, que tiene de plazo hasta el 5 de noviembre para efectuar el pago antes de ser penalizado con una multa económica. "Si el 5 no hemos recibido ayuda tendremos que cerrar. No podemos pagar esas multas", prosigue Alonso.
Tras recibir esta misiva del ayuntamiento moscovita, el Centro Español de Moscú ha pedido auxilio al presidente de Rusia, Vladimir Putin; al alcalde de Moscú, Serguéi Sobianin, y al Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad a través del consulado general de España en Rusia. De momento, sólo Putin ha contestado a sus suplicas con una carta en la que se desentiende del tema. El Ministerio de Sanidad asegura el departamento no ha recibido ninguna misiva hasta el momento y el alcalde de Moscú debe responder, por ley, en el plazo máximo de un mes.
La petición de los niños de la guerra a Rusia es que el alquiler del local "sea simbólico", como ya ha hecho el ayuntamiento con otras organizaciones, como el circo de Moscú. Al Gobierno español, por su parte, el Centro Español de Moscú solicita que recupere la subvención que hasta el año 2010 el Estado español estuvo destinando a esta institución a través del IMSERSO.
La única institución española que, hasta el momento, ha prestado ayuda al Centro ha sido el Gobierno autonómico de Euskadi, que ha aprobado una subvención de 10.000 euros, que aún no ha sido abonada, según aseguran desde el Centro. "Si nos quitan este lugar desaparecemos de la faz de Rusia. Es como nuestra madre", explica Francisco Mansilla, presidente del Centro, a Público.

Primer 'match ball' salvado

No es la primera vez que el Centro Español de Moscú tiene problemas económicos. El pasado mes de abril, el Centro estuvo al borde del cierre al no poder hacer frente al pago de 9.000 euros en concepto de alquiler más gastos generales de luz y teléfono. En aquella ocasión, la institución logró salir adelante gracias a las aportaciones desinteresadas de ciudadanos españoles y rusos y del aumento de las cuotas de los socios. "Ya no podemos pedir más a los socios. Aquí en Rusia los ciudadanos tienen cada vez menos poder adquisitivo", se lamenta Enrique Alonso.

Exilio interior

La larga travesía hacia el olvido de estos españoles en perpetuo exilio comenzó en 1937. Alrededor de 3.000 menores españoles llegaron a Rusia huyendo de la Guerra Civil y fueron alojados en las llamadas 'Casas de niños españoles', residencias donde recibían educación y alimentos. La Unión Soviética procuró una carrera universitaria al que deseara estudiar y un oficio industrial a los que prefirieron trabajar. A pesar de las circunstancias, muchos de ellos reconocen haber sido unos privilegiados por el trato recibido de las autoridades soviéticas, sobre todo si se compara con los derechos del pueblo ruso.
La tragedia, sin embargo, iba por dentro. Han vivido la Guerra Civil cuando aún eran demasiado pequeños para entender qué estaba ocurriendo, pero también padecieron el horror de la II Guerra Mundial. Muchos de ellos, a pesar de su corta edad, tuvieron que trabajar en la construcción de aviones y armamento militar en la Unión Soviética. Se trataba de derrocar al fascismo, y la victoria de la URSS también les acercaría a su victoria personal: regresar a casa junto a papá y a mamá.
La comunidad española de 'niños de la guerra' fue la única familia para la mayoría de ellos y el Centro Español de Moscú, antigua sede del PCE reconvertida en centro cultural en 1965, su último suelo patrio. De los tres mil niños de la guerra que salieron de España con rumbo a la URSS durante y después de la Guerra Civil, quedan hoy en Rusia 105 personas (61 viviendo en Moscú, 16 en la región de Moscú y 28 en otras ciudades), 20 menos que a principios de enero de 2012.

Se denomina Niños de Rusia a los miles de menores de edad enviados al exilio durante la Guerra Civil Española desde la zona republicana a la Unión Soviética, entre los años 1937 y 1938, para evitarles los rigores de la guerra.
En un primer momento, disfrutaron de un cálido recibimiento y un trato en general bueno por parte de las autoridades soviéticas, mientras la guerra civil seguía su curso. Sin embargo, con la entrada de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial y la invasión nazi de las zonas en que se encontraban las casas donde estaban alojados, hubieron de sobrellevar la dureza de la guerra, y posteriormente la de la vida entre una dictadura comunista que no les permitía salir del país y otra dictadura derechista que miraba con recelo a los que finalmente lo consiguieron. Algunos regresaron a España entre 1956 y 1959 y otros se trasladaron a Cuba durante los años sesenta, aunque un importante colectivo ha permanecido en Rusia hasta la actualidad.
En febrero de 2004 todavía se contaban 239 Niños de Rusia como residentes en los territorios de la antigua Unión Soviética, según los archivos del Centro Español de Moscú. En la actualidad, habiendo tenido posibilidad de recuperar su nacionalidad perdida, disponen de ciertas ayudas por parte del Estado español.
Aunque los Niños de Rusia no son los únicos, ni siquiera la mayoría de los niños enviados al exilio, es común también la referencia a los mismos, en general, como los Niños de la Guerra. 

Las expediciones 

Según avanzaba la Guerra Civil Española, debido a las duras condiciones que se sufrían en la retaguardia republicana, se organizaron diferentes "envíos" de menores de edad a países más o menos afines ideológicamente a la causa republicana o únicamente con intenciones humanitarias, con el objetivo de que los pequeños dejaran atrás las calamidades propias de la guerra. Las expediciones fueron organizadas a través del Consejo Nacional de la Infancia Evacuada, creado a tal efecto por el gobierno del Frente Popular. Francia (con unos 20 000 niños evacuados),Bélgica (5000), Reino Unido (4000) y, en menor cantidad, Suiza (800), México (455) y Dinamarca (100) recibieron de ese modo a menores españoles evacuados. 
A la Unión Soviética fueron enviadas cuatro expediciones entre 1937 y 1938, con un total de 2895 niños, 1676 de ellos varones y 1197 niñas. Las salidas desde Valencia y Barcelona estaban formadas por hijos o familiares de pilotos o militares. Todas ellas contaban con el apoyo del gobierno de la República española, de la Unión Soviética y de la Cruz Roja Internacional, realizándose convocatorias públicas para la selección de los niños y sus acompañantes. Sin embargo, y teniendo en cuenta las diferentes condiciones en que se produjeron las evacuaciones (alguna de ellas, con una gran urgencia debido a la cercanía de las tropas franquistas), se produjeron diversos casos de confusión y pérdida de niños (menores extraviados en el trayecto de una provincia a otra, padres que pensaban que sus hijos iban a Francia y no a la Unión Soviética...).

La mayoría de los niños provenía del País Vasco, Asturias y Cantabria, zonas que habían quedado aisladas del resto de la República por el avance franquista. Varios de los traslados se realizaron en barcos mercantes, en los que los menores viajaban hacinados en las bodegas. Según el acuerdo con la Unión Soviética, las edades de los niños debían estar comprendidas entre los cinco y los doce años, aunque se tiene constancia de casos de ocultación o falsificación de la edad real, y algunas fuentes señalan que la edad oscilaba entre los 3 y los 14 años. Junto a ellos viajaban un reducido grupo de adultos, de edades entre los 19 y los 50 años aproximadamente, principalmente para ejercer funciones educativas (otros acudían como personal auxiliar).

Las Casas de Niños

El recibimiento dispensado en Leningrado a alguna de las expediciones fue una fiesta. Como correspondía a una maniobra con un trasfondo propagandístico de importancia, en la que se demostraba el apoyo soviético a la lucha contra elfascismo en España, las autoridades soviéticas se preocuparon de la higiene, alimentación y salud de los niños. Se les distribuyó en diferentes centros de acogida, las "Casas de Niños" o "Casas Infantiles para Niños Españoles", entre las que había casas de descanso de los Sindicatos e incluso pequeños palacios que habían sido expropiados durante la Revolución de Octubre. En estas casas, aparte de tener cubiertas todas sus necesidades, recibían educación en su mayor parte en español, impartida por los educadores españoles (en su mayor parte mujeres), conforme al modelo educativo y los ideales soviéticos. La propaganda comunista los veía, de algún modo, como la futura élite política en una república socialista española que surgiría de la victoria en la Guerra Civil. Entre los niños y sus familiares también existía el convencimiento de que su paso por Rusia sería corto, y en sus testimonios confirman que se sentían felices ante la aventura del viaje a un país extranjero. 
A finales de 1938 se contaban un total de dieciséis casas en toda la Unión Soviética. Once de ellas se situaban en la actual Federación Rusa: entre ellas, una en el centro de Moscú (conocida como Pirogóvskaya), dos en la zona de Leningrado (una en Pushkin, actual Tsárskoye Seló, a 24 kilómetros al sur de la ciudad; una en Óbninsk) y 5 en Ucrania (entre ellas, una en Odesa, otra en Kiev y otra en Eupatoria). La vida en general en las Casas de Niños es recordada por los mismos como un paréntesis alegre entre las dos guerras cuyas consecuencias sufrirían. Los supervivientes siguen teniendo conciencia de haber sido privilegiados por la educación recibida durante estos años, hasta la llegada de la guerra. 

La Segunda Guerra Mundial

Fuese únicamente por las repercusiones de la propia guerra (que forzó la evacuación y desmantelamiento de las casas por los peligros de invasión nazi), o también por el posible desinterés soviético tras el final de la Guerra Civil y en el período que estuvo vigente el Pacto Ribbentrop-Mólotov, la situación de los niños cambió trágicamente con el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Dado que el ejército alemán penetraba tanto por el norte cercando Leningrado como por el centro hacia Moscú y por el sur hacia Ucrania, todas las zonas donde se encontraban las casas de los niños españoles se encontraban comprometidas. En concreto, los niños que se encontraban en las dos casas de Leningrado sufrieron los primeros meses del bloqueo de la ciudad por el ejército alemán, en el crudo invierno de 1941 a 1942. En el momento en que pudo abrirse el cerco, al poder atravesar los camiones el helado lago Ladoga, fueron evacuados un total de 300 niños. Paulatinamente, y con el acuerdo del Partido Comunista de España se procedió a la evacuación de las diferentes casas a zonas consideradas seguras, en algunos casos remotas, vecinas a los Montes Urales y el Asia Central.
Las condiciones de vida en ese "segundo exilio" empeoraron notablemente. Muchos niños fallecieron o enfermaron: la tuberculosis y el tifus, unidos a las severísimas temperaturas del invierno soviético y la mala alimentación, provocaron numerosas víctimas. Muchos de los niños mayores se alistaron en el Ejército Rojo; aparte de las paupérrimas condiciones de vida que ahora tenían, también existía un componente ideológico en su decisión (luchar contra el fascismo en Rusia tal y como lo hacían sus padres en España), así como de agradecimiento hacia el pueblo que tan bien les había recibido y tratado hasta la llegada de la guerra. Sin embargo, también se dieron casos de represaliados por la propia Unión Soviética. Está documentada la detención del doctor Juan Bote García, que había acompañado a los niños como educador, y que fue internado en el campo de concentración de Karagandá por rehusar educar a los niños en los ideales soviéticos. Su petición de "menos marxismo y más matemáticas" supuestamente le habría costado el gulag. 

Los alistados, 130 en total, participaron con el Ejército Rojo en la defensa de las principales ciudades del país, especialmente en las batallas por la defensa de Moscú, Leningrado y Stalingrado, sufriendo los rigores de la guerra y siendo en ocasiones condecorados por su actuación militar.  Setenta españoles murieron en el cerco de Leningrado, de los que 46 habrían sido niños o jóvenes. 
La suerte del resto no fue mejor. Los traslados los llevaron a lugares remotos tales como Samarcanda o Kokand (actual Uzbekistán), Tiflis (actual Georgia) o Krasnoarmeysk (en la actual Óblast de Sarátov, Rusia). En esta última localidad, en agosto de 1942, el ejército nazi capturó en una incursión a dieciséis (o catorce, según las fuentes) niños españoles, que fueron entregados a la Falangepara su repatriación en diciembre, e inmediatamente convertidos por las autoridades franquistas en baza propagandística. 

Es de esta época de la que proceden los testimonios más estremecedores: hambre, enfermedades, delincuencia, violaciones y prostitución. Varias fuentes refieren la existencia de bandas dedicadas a perpetrar hurtos. Entre ellas, el militar republicano Valentín González El Campesino refiere la existencia de una en Kokand formada por niños españoles que se negaban a mezclarse con niños rusos, y que incluso utilizaban la bandera de la República española como emblema. Curiosamente, refiere González, cuando alguno de aquellos niños era capturado y ejecutado, no lo era en su calidad de bandido, sino como supuestos "falangistas" que hubieran sido traídos a la Unión Soviética durante la guerra civil. 
Las colonias infantiles donde los niños habían sido trasladados comenzaron a sufrir los rigores de la guerra. Aunque los miembros del colectivo seguían, al menos nominalmente, bajo la protección del Partido Comunista Español, la Cruz Roja y otras instituciones y sindicatos soviéticos, en numerosas ocasiones el entonces dirigente del PCE y exiliado en la Unión Soviética, Jesús Hernández hubo de presionar a las autoridades para que proporcionaran los artículos más elementales para la supervivencia de los menores: alimentos, medicinas, calefacción. Los que sobrevivieron lo hicieron sobrellevando unas duras condiciones de vida, instalados en humildes casas de campesinos y trabajando el campo para asegurarse un sustento.
Cuando Hernández abandonó la Unión Soviética en 1943 camino de México, cerca del 40 % de los niños españoles había fallecido. En 1947, y con ocasión del aniversario de la llegada a Rusia, se organizó un acto que no logró reunir a más de 2000. Cabe señalar que diversos testimonios critican la actitud del PCE, contrario al retorno de los niños a España. Sea o no literal la frase de Dolores Ibárruri que transcribe Hernández:
No podemos devolverlos a sus padres convertidos en golfos y prostitutas, ni permitir que salgan de aquí como furibundos antisoviéticos.
lo cierto es que el recuerdo que retienen los niños acerca del comportamiento del PCE, y en particular el de la Pasionaria, es en muchas ocasiones negativo. 
En todo caso, la situación de los niños españoles ha de entenderse dentro del contexto de un conflicto bélico, en el que la situación de la población soviética no era necesariamente mejor que la de los refugiados españoles. En ese sentido, el escritor y ensayista Daniel Arasa apunta:
...basar los ataques a él [Stalin] (en lo referente a los españoles) en las afirmaciones de Jesús Hernández y Valentín González “el Campesino”, y sin exponer el terrible entorno que vivieron, es demasiado simplista.
Daniel Arasa 

Intentos de recuperación de los niños por el régimen

La vuelta a España de los niños deportados, especialmente los que estaban en la Unión Soviética, seguía considerándose por el régimen franquista un objetivo político a perseguir. Incluso antes de terminar la propia guerra, la Falange tomó a su cargo dicho objetivo, haciendo bandera del mismo en su búsqueda del mayor protagonismo politíco posible dentro del futuro Estado franquista. Manuel Hedilla, jefe nacional de la organización, enviaba en 1937 una carta al diario The Times pidiendo ayuda ante lo que calificaba como "inhumana exportación de niños" a la Unión Soviética, ofreciéndose incluso a sufragar los gastos de mantenimiento de los pequeños.
Nuestra pobre FALANGE, pobre de dinero y poderosa de aliento, quiere para sí sola el sacrificio que suponga el cuidado de esos miles de niños.
Manuel Hedilla 

El encargo de su consecución se hizo al Servicio Exterior de la Falange, cuyos fondos se encuentran en el Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares). De ahí proviene un documento de 1949 referente a los métodos empleados en la empresa:
Nuestros delegados en el extranjero solicitan su devolución a España; en un 99 por ciento de los casos esa solicitud es denegada. Se recurre entonces sin miramientos a los medios extraordinarios, con los que, de una forma u otra, casi siempre se logra al fin obtener al menor. 
El primer repatriado de este modo fue uno de los niños que, convertido en soldado del Ejército Rojo, cayó prisionero durante la guerra ruso-finesa. De las informaciones obtenidas por él la Falange deducía la preparación como "activistas" de los niños españoles. Dicha versión hubiera venido avalada por aquella captura nazi de una docena larga de chicos en 1942, supuestamente miembros de una "escuela de activistas". Sea como fuere, el régimen siempre sospechó que los "niños" repatriados pudieran ser agentes filocomunistas.25 Aún en 1952, en un artículo publicado, entre otros medios, en El Correo Español - El Pueblo Vasco, el escritor y poeta falangista Federico de Urrutia señalaba como tema pendiente de la guerra "los menores expatriados en 1937 que lo fueron a la fuerza o engañados". En él señalaba específicamente a los enviados a la Unión Soviética, que dada la infrahumana educación recibida [...] ya habrían dejado de ser criaturas humanas, para convertirse en desalmados entes sovietizados. 
Siguiendo esa doctrina, se dio algún caso en que una vez repatriado el niño, ni siquiera era devuelto a su familia, "por no ofrecer [...] ninguna garantía sobre su educación", siendo entregado al Auxilio Social. 

Tras la guerra: España, México, Cuba, la Unión Soviética

Tras la muerte de Stalin en 1953, se inicia un período de un relativo deshielo de las relaciones del régimen franquista con la Unión Soviética. Ya hace años de la derrota del Eje, al que Franco había apoyado con el envío de la División Azula combatir contra los soviéticos, y con la entrada de España en la ONU aún reciente (1955), en 1957 se produce el acuerdo para el regreso de los "niños" que lo desearan a España. El traslado se organiza con discreción, aunque no deja de tener un componente publicitario paradójico: el régimen intenta aparecer como "salvador" del peligro soviético a aquellos que marcharon como menores. El 21 de enero, como parte de un acuerdo entre ambos Estados con el concurso de la Cruz Roja de ambos países, el buque soviético Crimea llega al puerto de Castellón de la Plana con 412 españoles a bordo. Entre ese año y el siguiente llegarían a España cerca de la mitad de los jóvenes enviados a la Unión Soviética. 
Los retornados encontraron a su vuelta un régimen hostil, la desconfianza de unas autoridades que sospechaban de su filocomunismo y, sobre todo, unas familias que dejaron ir a niños y que recibían tras casi veinte años a adultos, en ocasiones padres de familia a su vez, con otra educación y experiencias vitales opuestas. El reencuentro por tanto no fue fácil y un número no despreciable decidió finalmente regresar a la Unión Soviética.
Previamente, un pequeño grupo de unos 150 niños obtuvo permiso, en 1946, para marchar a México a reunirse con sus familiares. A otro grupo de unos 200 "niños", el conocimiento de la lengua española los llevó a viajar, desde mediados de 1961 y hasta mediados de la década de los setenta, a la Cuba de Castro, como especialistas soviéticos enviados por el Partido Comunista de España, desempeñando allí trabajos de traductores, profesores, en la construcción o incluso como técnicos para la inteligencia cubana. En Cuba recibieron el apelativo de "hispano-soviéticos". 
La mayoría de los niños que finalmente pasaron sus vidas en la Unión Soviética, regresados tras la guerra a los lugares de los que habían sido evacuados, acabaron radicándose en Moscú, aunque hubiera quien acabase situando su residencia en los remotos parajes de Siberia.  Las estancias vacacionales en España estaban permitidas para los que hubieran permanecido veinte años en la Unión Soviética.  Desde los años 60 algunos fueron volviendo de manera individual, y tras la caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética, un número considerable volvió a España. Los supervivientes han seguido manteniendo un contacto frecuente. Los que permanecieron definitivamente en la Unión Soviética, concretamente en Moscú, solían reunirse en las salas de alguna fábrica, en el Club Chkálov o en el propio Centro Español (también conocido como Casa de España). Los que volvieron, ya fuese a través de asociaciones (entre ellas las de Asturias, País Vasco o Madrid) o de un modo más informal, también han seguido frecuentándose en los lugares de los que eran originarios y a los que volvieron.
En todo caso, la situación para todos ellos nunca dejó de ser peculiar, debido a que España no mantuvo relaciones diplomáticas con la Unión Soviética hasta los últimos meses de la dictadura, en 1977. Incluso en algún aspecto se vieron perjudicados por la caída del régimen soviético, quedando en un limbo legal del que salieron en 1990, con la concesión de la posibilidad de recuperar su nacionalidad "perdida" por parte de las Cortes españolas.  Posteriormente, en 1994, obtendrían el derecho a recibir pensiones de jubilación, invalidez y supervivencia. En 2005 se reconoce, tanto a los aún residentes en el extranjero como a los retornados, el derecho a una prestación económica por su condición de menores exiliados que pasaron la mayor parte de su vida fuera de España.  Dicha ley incluye asimismo mecanismos para la cobertura sanitaria cuando ésta fuese insuficiente en el lugar de residencia.
Los supervivientes de aquellos niños recibieron, en diciembre de 2003, la Medalla de Honor a la Emigración en su categoría de oro. 

Fuentes
www.publico.es
wikipedia

La crisis es una bendición


Albert Einstein 

«La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias.»

«Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar superado.»

«Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias, violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones. La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia.»

«Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias, violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones.»


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«La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia.»

«El inconveniente de las personas y los países es la pereza para encontrar las salidas y soluciones.»

«Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos.»

Lean «Todos somos bardos: problema y solución», de José Álvarez Cornett (@chegoyo en Twitter), quien comienza su ensayo con Albert.
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