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El loco de las cadenas

La historia que más me aterraba era la de cuando empezó a hincharse como un globo 

 CAROLINA JAIMES BRANGER


Mi Tía Natalia nos distraía a mis hermanos y a mí con historias de su Táchira natal. Había personajes folclóricos como un tal "Muela de gallo". También cuentos de familia, como el del Tío Pachito, que había visto sirenas feas y malolientes en el Mar Muerto. Otras narraciones eran aterradoras. Mi tía había conocido a una loca, Abigaíl, que hablaba en sánscrito. Pero las historias de Abigaíl jamás me quitaron el sueño. 

En cambio otra reiteradamente me hizo despertar pegando gritos: la del loco de las cadenas. 

Este hombre apareció de repente en un pueblo. Pocos días después amaneció encadenado a un banco en la plaza. Nadie sabía cómo se llamaba, pero todos sabían cómo odiaba. Hablaba, hablaba, hablaba y hablaba. Insultaba, denostaba, calumniaba y sembraba discordia entre quienes lo veían, aunque fuera de lejos. No se sabía quién lo había encadenado, pero nadie se atrevió a desencadenarlo. 

Alguien sugirió alguna vez que podían enviarlo en un barco que salía de Maracaibo para La Haya, pero el Presidente del estado decidió que era mejor dejarlo encadenado, no fuera a ser que se escapara en el trayecto hacia Maracaibo. 

Sobre él se tejieron las más variadas conjeturas: que si había venido desde el llano. Que si pertenecía a una familia acomodada y no era como se decía un "pata en el suelo". Que su familia lo había escogido como administrador de sus bienes sin sospechar que su ignorancia bien disfrazada lo perdería. Que un tic que empezó siendo poco perceptible era síntoma de una demencia febril y desatada. Que era soberbio hasta más no poder y llevaba siempre una cuerda de acólitos que le hicieron creer que era una maravilla... mientras vivieron de él. Pero como hasta las mayores fortunas se acaban cuando no se administran, el loco de las cadenas arruinó a su familia y se arruinó él. 

La historia que más me aterraba del loco de las cadenas era la de cuando empezó a hincharse como un globo. Nadie supo por qué, porque solo tomaba café que le daba una buena señora. Se hinchó tanto, que rompió las cadenas. La gente se encerró en sus casas. Un día, empezando octubre, se escuchó una explosión: el loco de las cadenas había explotado y desaparecido. Su historia terminó siendo una fábula cuya moraleja es muy pertinente hoy en día: hay que mantenerse bien lejos de los locos encadenados. Publicado en El Universal 


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