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Más Allá del McMindfulness, por Ron Purser y David Loy


De repente, la meditación mindfulness se ha convertido en un fenómeno de masas, abriéndose camino hacia escuelas, empresas, prisiones y agencias del gobiernos incluyendo el ejército americano. Millones de personas están recibiendo beneficios tangibles de su práctica de mindfulness: menos estrés, mejor concentración, quizá un poco más de empatía. No es necesario decir que esto es un gran avance que debe ser bienvenido, pero que tiene una sombra. La revolución del mindfulness parece ofrecer una panacea universal para resolver casi todas las áreas de las preocupaciones diarias. Libros recientes sobre el tema incluyen: Padres mindfulness, Comer (de forma) mindfulness, Política mindfulness, Terapia mindfulness, Liderazgo mindfulness, Una nación mindfulness, Recuperación mindfulness, El poder del aprendizaje mindfulness, El cerebro mindfulness, El camino del mindfulness a través de la depresión, El camino del mindfulness hacia la autocompasión. Casi diariamente, los medios citan estudios científicos que informan los numerosos beneficios para la salud de la meditación mindfulness y cómo una práctica sencilla puede producir cambios neurológicos en el cerebro. La popularidad creciente del movimiento mindfulness también se ha convertido en una lucrativa industria artesanal. Los consultores promueven la formación en mindfulness prometiendo que mejorará la eficiencia laboral, reducirán el absentismo e incrementarán las habilidades sociales cruciales para el éxito laboral. Algunos incluso afirman que la formación mindfulness pueden actuar como una “tecnología disruptiva”, reformando incluso las compañías más disfuncionales en organizaciones más amables, compasivas y sostenibles. Hasta el momento, no obstante, no se han publicado estudios empíricos que sostengan dichas afirmaciones. En sus esfuerzos de promoción, los partidarios de la formación mindfulness habitualmente incluyen en el prólogo que sus programas están “inspirados en el budismo“. Hay un cierto caché a la hora de decir a los neófitos que el mindfulness es un legado del budismo, una tradición famosa por su antigüedad y sus métodos de meditación probados. Pero, al mismo tiempo, los consultores a menudo aseguran a sus patrocinadores corporativos que su particular marca de mindfulness ha retirado todos los lazos y afiliaciones con los orígenes budistas. Desligar el mindfulness de su contexto ético y religioso del budismo es un movimiento comprensible para hacer dicha formación como un producto viable en el mercado. Pero la urgencia para secularizar y acomodar el mindfulness a una técnica de mercado puede llevar a una desafortunada desnaturalización de esta antigua práctica, cuyo objetivo es mucho más que aliviar una jaqueca, reducir la presión sanguínea o ayudar a los directivos a estar más centrados y ser más productivos. Generar una técnica más simplificada y secularizada (lo que algunos críticos empiezan a llamar “McMindfulness“) puede volverla más apetecible al mundo empresarial, pero esta descontextualización del mindfulness de su propósito original de liberación y transmisión de ética social tiene algo de “negocio fáustico“. En lugar de aplicar mindfulness como una forma de despertar a personas y organizaciones de las malsanas raíces de la avaricia, aversión y la ignorancia, habitualmente se moderniza hacia técnicas banales, terapéuticas y de auto-ayuda que en verdad refuerzan esas raíces. La mayor parte de las opiniones científicas y populares que circulan por los medios han retratado el mindfulness en términos de reducción de estrés y mejora de la atención. Los beneficios de estas habilidades son una herencia sine qua non del mindfulness y es su mayor atractivo para las empresas actuales. Pero el mindfulness, entendido y practicado dentro de la tradición budista, no es meramente una técnica éticamente neutra para reducir el estres y aumentar la concentración. En su lugar, el mindfulness es una cualidad distintiva de la atención que depende y se ve influida por muchos otros factores: la naturaleza de nuestros pensamientos, acciones y palabras, nuestra forma de ganarnos la vida y nuestros esfuerzos para evitar comportamientos poco saludables y desarrollar otros comportamientos que propicien acciones sabias, harmonía social y compasión. Los budistas diferencian entre el mindfulness correcto (samma sati) y mindfulness incorrecto (miccha sati). La distinción no es moral; la cuestión es si la calidad de la consciencia se caracteriza por tener las intenciones saludables y cualidades mentales positivas que lleven a la prosperidad y al bienestar a los demás y a uno mismo. De acuerdo con el Canon Pali (las primeras enseñanzas registradas del Buda), incluso una persona que cometa un crimen premeditado y cruel puede estar practicando mindfulness, el mindfulness incorrecto. Claramente, la atención “mindful” y la concentración de un terrorista, un francotirador o un criminal de guante blanco no es la misma cualidad de mindfulness que el Dalai Lama y otros adeptos del budismo han desarrollado. El Mindfulness Correcto está guiado por intenciones y motivaciones que se basan en la contención, estados mentales correctos y conductas éticas, objetivos que incluyen pero superan la reducción del estrés y el incremento de la concentración. Otro malentendido común es que la meditación mindfulness es un asunto privado e interno. A menudo se comercializa el mindfulness como un método para la autorrealización personal, como una forma de aplazar los problemas y tribulaciones del sofocante mundo laboral. Dicha orientación individualista y consumista hacia la práctica de mindfulness puede ser efectiva para la autoconservación y el desarrollo personal, pero es esencialmente inútil para mitigar las causas del sufrimiento colectivo y empresarial. Cuando la práctica del mindfulness se paquetiza de esta forma, la interconexión de los motivos personales se pierde. Hay una disociación entre la transformación personal de cada uno y el tipo de transformación social y organizacional que tiene en cuenta las causas y condiciones del sufrimiento en un entorno más amplio. Esta colonización del mindfulness también tiene un efecto de instrumentalización, reorientando la práctica hacia las necesidades del mercado en lugar de una reflexión crítica de las causas de nuestro sufrimiento colectivo o “dukkha social“. El Buda enfatizó que sus enseñanzas trataban sobre la comprensión y cesación dedukkha (sufrimiento en el sentido más amplio). Así pues, ¿qué ocurre con el dukkha generado por cómo funcionan las instituciones? Muchos defensores del mundo empresarial argumentan que el cambio transformador comienza en uno mismo. Si la mente de cada uno pudiera estar más centrada y en paz, entonces la transformación social y empresarial vendría después. El problema con esta formulación es que las tres motivaciones que el budismo señala (avaricia, odio e ignorancia) hoy por hoy no están confinadas a las mentes individuales sino que se han institucionalizado en fuerzas más allá del control personal. Hasta el momento actual, el movimiento del mindfulness ha evitado cualquier consideración seria de por qué el estrés es tan generalizado en las modernas instituciones empresariales. En su lugar, las empresas se han subido a la moda del mindfulness porque desplaza, de manera muy conveniente, la carga de la responsabilidad al individuo: el estrés se encuadra dentro de un problema personal y el mindfulness se ofrece como la medicina correcta que ayuda al empleado a trabajar de manera más calmada y eficiente dentro de un entorno tóxico. Envuelto en un aura de cuidado y humanidad, el mindfulness se pone de moda como una válvula de escape, una manera de liberar la tensión, una técnica para afrontar y adaptarse al estrés del mundo laboral. El resultado es una versión atomizada y altamente privatizada de la práctica de mindfulness, que se ha confinado en lo que Jeremy Carrette y Richard King (en su libro “Vendiendo Espiritualidad; la conquista silenciosa de la religión“) describen como una orientación acomodaticia. La formación en Mindfulness resulta atractiva porque es un método de moda para suavizar el disconfort de los empleados, promoviendo una aceptación tácita del status quo y un instrumento para mantener la atención centrada en los objetivos empresariales. En muchos aspectos, la formación del mindfulness en las empresas (con su promesa de que empleados más calmados y menos estresados serán más productivos) tiene muchas similitudes con el movimiento, actualmente desacreditado, de las “relaciones humanas” , populares en las décadas de 1950 y 1960. Esos programas de formación fueron criticados por su uso manipulador de las técnicas de asesoramiento como las de “escucha activa”, establecidas como un método de pacificar a los empleados haciéndoles sentir que se oían sus preocupaciones aunque las condiciones laborales permanecían inalteradas. Esos métodos terminaron siendo conocidos como “Cow psychology” porque las vacas (Cow en inglés) dóciles producen más leche. Bhikkhu Bodhi, un monje budista occidental ha advertido: “Ausentes de critica social aguda, las prácticas budistas pueden ser fácilmente utilizadas para justificar y estabilizar el estatus quo, convirtiéndose en un refuerzo del capitalismo consumista“. Desafortunadamente, un punto de vista del mindfulness más ético y socialmente responsable se percibe hoy como una preocupación secundaria, o como una politización innecesaria del viaje personal de auto-realización. Uno tiene la esperanza de que el movimiento del mindfulness no siga el camino habitual de la mayoría de modas empresariales – entusiasmo desenfrenado, aceptación sin crítica del status quo y desilusión final. Para convertirse en una fuerza genuina para la transformación positiva personal y social, debe reclamar un marco ético y aspirar a propósitos más nobles que tengan en cuenta el bienestar de todos los seres vivos.

Ingmar Bergman y el nazismo


Iba a llamar a este trabajo «Bergman y el nazismo», pero en realidad no trata estrictamente de eso, sino de ciertos escritos y cierta impostura que no son de Bergman.
Hace unos años leí un libro llamado «Heidegger y el nazismo», de un olvidable autor cuyo nombre, como es de justicia, he olvidado. Trataba de una media verdad, tan mediamente investigada y tan dolosamente expuesta que resultaba no ser sino una entera mentira, y una difamación post mortem francamente vil.
El caso es que buscando en la red material acerca de Bergman, encontré un artículo publicado en 1999 en «BBC News». En mi inocencia -que a esta altura es estupidez- creía que había ciertos medios de comunicación que podían considerarse serios, y que unas siglas como «BBC» debían referirse a alguno de ellos. El artículo original (en inglés) está aquí; traigo una traducción (que agradezco a José Luis Martín) y luego algunos comentarios:
«Bergman admite un pasado nazi 
El legendario director sueco Ingmar Bergman ha revelado que fue un gran admirador de Adolf Hitler, perdiendo sólo su entusiasmo por el nazismo luego de que se descubrió el horror de los campos de concentración. El octogenario ha hablado francamente a la autora Maria-Pia Boëthius, cuyo libro "Honor y conciencia" se pregunta hasta qué punto Suecia fue genuinamente neutral durante la Segunda Guerra mundial.
Bergman, realizador de algunos de los films más aclamados en el mundo, había admitido en ocasiones anteriores que fue un simpatizante del nazismo. Pero ha dicho ahora que quedó impresionado por el dictador nazi luego de verlo dirigirse a la multitud durante una manifestación, informa el periódico sueco "Expressen".
El joven Bergman estaba en Alemania en un viaje de intercambio en 1936, alojándose con una familia nazi, cuando vio a Hitler hablar: "Hitler era increiblemente carismático; electrificaba a la multitud", dijo el oscarizado director.
Bergman describe a su padre como de ultraderecha y su opción repercutió en la familia entera. "El nazismo que había visto parecía divertido y juvenil", ha admitido el autor. "El gran peligro eran los bolcheviques, que eran odiados."
El libro también documenta un ataque del hermano de Bergman y sus amigos a una casa propiedad de un judío. El grupo manchó las paredes con la esvástica, el símbolo de los nazis. Pero el director ha confesado que era demasiado cobarde para plantear objeciones.
El realizador de «Fanny y Alexander» y «El séptimo sello» mantuvo su admiración al fascismo hasta el final de la guerra.
"Cuando las puertas de los campos de concentración fueron abiertas, al principio no quería creer a mis ojos."
"Cuando la verdad salió a la luz, fue un terrible shock. De un modo brutal y violento fui arrancado de repente de mi inocencia."
Bergman está oficialmente retirado de la dirección desde el suceso de 1983 «Fanny y Alexander», que fue premiada con el Oscar a la mejor película extranjera. Continúa en actividad como escritor y director teatral.»

Vale también la pena comprobar la manipulación en los pie de foto:
[foto de Bergman de 1980 aproximadamente] Bergman pensaba que Hitler era "carismático" cuando lo vio hablar
[foto de Hitler] Bergman vio a Hitler en 1936. "Electrificaba a la multitud"
[foto de un campo de concentración] "No quería creer a mis ojos"

Naturalmente, quien lea esta noticia y conozca poco de Bergman se quedará con la impresión que el artículo quiere dejar: que hay un "pasado oculto" en Bergman, teñido además con sangre de víctimas. Casi hasta podríamos imaginar que fue una especie de agitador nazi.
El artículo se hace eco de una publicación de Maria-Pia Boëthius, escritora sueca que aparentemente no pierde oportunidad de "destapar el escándalo", ya que volvió con exactamente los mismos argumentos, y haciéndose eco de la misma entrevista a Bergman, cuando el oportunismo lo dictaba, es decir, diez años más tarde, en agosto de 2007, recién fallecido Bergman (el artículo en sueco aquí).
Afirma Boëthius (tomo la traducción de una tercera web que también aprovecha para escandalizarse):
«Aquí tenemos a uno de los más grandes cineastas en el que su tema permanente fue la vergüenza y la culpa. Pero en ninguna parte he leído que Bergman durante 10 años -desde 1936 hasta 1946- simpatizaba con los nazis y según sus propias palabras "amaba a Hitler"'.»
Ante todo es raro que no lo haya leído en ninguna parte, porque lo escribe y publica el propio Bergman diez años antes, en Linterna Mágica (Boëthius cita ese libro, así que la manipulación de frases es doblemente culposa, puesto que sabe lo que leyó y lo que transcribe).
Las frases que en el artículo de la BBC parecen quedar atribuidas a la entrevista de Boëthius, provienen en realidad de Linterna Mágica a través del artículo de Boëthius... tremendo lío para dejar lo más enredadas posibles las opiniones de Bergman.
Quizás alguno recordará (y si no, la recomiendo muy especialmente) la novela de 1974 de Heinrich Böll "El honor perdido de Katherina Blum", donde se ironizaba sobre los procedimientos de los periódicos sensacionalistas que en base a medias expresiones, y a juntar sandía con pomelo, lograban "demostrar" el pasado ideológico que quisieran de quien quisieran, así, por ejemplo, el hecho de que Catharina, la protagonista, fuera empleada doméstica en la casa de una abogada que en sus épocas de universitaria había sido llamada «Trudy "la roja"» terminaba sirviendo como aval al posible "pasado rojo" de Catharina.
Lamentablemente, esos procedimientos no están reservados sólo a la prensa sensacionalista, sino que nos lo podemos topar en nombres más prestigiosos, como «BBC», mientras buscamos por internet alguna otra cosa.
¿Pero qué es en definitiva lo que dice Bergman sobre el nazismo? porque "cuando el río suena...", y si tantos hablan del nazismo de Bergman "por algo será...", seguramente "algo habrá hecho...", o finalmente, como razona K. en «El proceso»: si se me acusa, es que soy culpable.
A todo esto, Bergman cuenta en "Linterna mágica" (páginas 131 a 136) que en 1936, es decir, con 16 años, estuvo seis semanas viviendo en un pueblecito alemán (Haina, cercano a Weimar) como parte de un intercambio estudiantil. Bergman hablaba un alemán del colegio ("el que un idioma pudiera hablarse no formaba parte del plan de estudios", ironiza), por lo que, cuenta, podía comunicarse poco con Hannes Haid, el compañero de intercambio, y los días se le convertían en tediosos. Todo este inicio del recuerdo es muy importante, porque no surge de aquí que haya ido 6 semanas a adorar a Hitler ni muchísimo menos.
Dentro del tedio, en el que "leía, andaba sin rumbo y echaba de menos mi ambiente", comienza a acompañar al pastor (el padre de la familia Haid). Debería el lector intentar por un minuto olvidarse de todas las películas de nazis que vio, y olvidarse que estamos  a 60 años del nazismo, y ponerse en 1936, cuando un chico de 16 años va a una familia de acogida por un breve tiempo, en un país que no es el suyo, con un idioma que no es el suyo, conoce un ambiente que no es el suyo, y está rodeado de una ideología y una práctica política que afectaba a todos los aspectos de la vida cotidiana... no en vano llamado un "régimen totalitario". Nada más natural entonces que pregunte al pastor «si debía levantar la mano y decir "Heil Hitler" como todos los demás», a lo que el pastor le contestó que sería interpretado bien. Así que «comencé a saludar brazo en alto y a decir "Heil Hitler". Me producía un efecto raro» (pág 132)
Lo que sigue es precioso para quien conserve algo de sensibilidad y pueda leer, sin convertir a Bergman en nada en particular, un testimonio de primera mano de cómo el «Mein Kampf» penetraba en todos los rincones del discurso social («El sermón del pastor era sorprendente, no hablaba basándose en los Evangelios sino en "Mein Kampf"», pág 132).
Y llega así el día en que va a Weimar donde ocurrirá que, por el "día del Partido" va a venir a hablar el propio Hitler. El momento está magistralmente relatado por un Bergman que retuvo en la pupila un impacto emocional que brota, muchos años más tarde, de una mano que ha aprendido a narrarlo con precisíon:
«[...] Nadie se fijó en la tormenta, toda la atención, todo el embeleso, todo el éxtais se concentraba en torno a un solo personaje. Iba de pie, inmóvil en el enorme coche negro que doblaba lentamente hacia la plaza. [...]
Súbitamente se hizo el silencio, sólo se oía el chapoteo de la lluvia sobre los adoquines y las balaustradas. El Führer estaba hablando. Fue un discurso corto, yo no entendí mucho, pero la voz era a veces solemne, a veces burlona; los gestos exactos y adecuados. Al terminar el discurso todos lanzaron su 'Heil', la tormenta cesó y la cálida luz se abrió paso entre formaciones de nubes de un negro azulado. Una enorme orquesta empezó a tocar [...]
Yo no había visto jamás nada parecido a este estallido de fuerza incontenible. Grité como todos, alcé la mano como todos, rugí como todos, amé como todos.
[...salteo media página...]
El día de mi cumpleaños la familia me hizo un regalo. Era una fotografía de Hitler. Hannes la colgó encima de mi cama para que "tuviera siempre a ese hombre delante de mis ojos", para que aprendiera a amarle como le amaban Hannes y toda la familia Haid. Yo también le amé. Durante muchos años estuve de parte de Hitler, alegrándome de sus éxitos y lamentando sus derrotas.
[...introduce la cuestión del nazismo entre sus profesores, su hermano, su padre, sus amigos, y luego concluye...]
Cuando los testimonios de los campos de concentración se abatieron sobre mí, mi entendimiento no fue capaz, en un  primer momento, de aceptar lo que veían mis ojos. Al igual que muchos otros, yo decía que eran infundios propagandísticos. Al vencer, finalmente, la verdad a mi resistencia, fui presa de la desesperación, y el desprecio de mí mismo, que era ya una carga grave, se acentuó hasta rebasar el límite de lo soportable. No me di cuenta hasta mucho más tarde de que, a pesar de todo, yo era bastante inocente.
[...introduce la cuestión de la politización entre los pro y los anti nazis en el ambiente del teatro luego de la guerra, y concluye...]
Yo me callé mis extravíos y mi desesperación. Una extraña decisión fue madurando poco a poco: ¡nunca más política! Obviamente hubiera debido decidir algo completamente distinto.» (citas de páginas 131 a 136)
La verdad que valdría la pena leer las páginas enteras, tan precisas en la evocación de los sentimientos e impresiones a tantos años de esa temprana época de su vida.
Creo que el artículo de la BBC y las palabras de Boëthius no necesitan ser refutadas luego de haber leído lo que cuenta el propio Bergman, pero de todos modos me gustaría hacer notar qué distinto suena en el artículo el decir que Bergman "amaba a  Hitler" que el uso preciso y precioso de ese mismo verbo en el discurso del propio Bergman.
Se trata, en definitiva, del oportunismo de gente que aprovecha sentimientos verdaderos de afectados, dolor inmenso de víctimas reales, para autofabricarse una pureza moral no basada en ninguna experiencia ni dolor propios, y desde esa pseudo-pureza lastimar la memoria de gente que ha logrado, simplemente, ser autenticamente grande.
Si la víctima de un campo de concentración reprochara a Bergman este relato de "Linterna mágica", y lo malentendiera como una especie de "confesión de un pasado nazi", podríamos darnos cuenta de que está leyendo mal, pero todos comprenderíamos que su dolor y su experiencia auténticamente reales le impiden leer lo que el autor está contando; podríamos comprender el malentendido -como podemos comprender el relato de Bergman- porque no provendría de ninguna falsa pureza moral, sino del mismo dolor de todos. Pero poner en línea (y dejar en línea años) artículos de difamación impunemente avalados con firmas de supuesta seriedad como "BBC news", no merece refutación sino denuncia y desprecio. Fuente:  www.ibergman.esteparia.org